viernes, 19 de febrero de 2021

poética de la caverna y las sombras (2)

 


En el siglo pasado se planteó una antinomia entre esos dos tipos de tecnologías, las del yo y las ciudadanas, las del ensimismamiento y el autismo interactivo y las de la responsabilidad y compromiso ciudadanos. Ahora no. La paradoja es que estas últimas no han construido todavía sus propios imaginarios y funcionan con los tecnorrománticos de raíz platónica. El resultado es una ambigüedad que, en vez de aprovechar, descoloca a muchos. Es el caso de la serie The capture. El espectador avezado reconoce enseguida de qué va, la vigilancia y manipulación de las imágenes, pero no le salen las cuentas y que hasta el capítulo final no se prodiguen los diálogos de los que pueda extraer alguna moralina salvífica. Y tampoco eso, no hay una “denuncia” clara y se pierden cinco capítulos en prolijas descripciones técnicas de cómo tienen lugar esos procesos  en vez de centrarse en lo que importa,  en las reflexiones edificantes. El pequeño inquisidor platónico que todos llevamos dentro se remueve al final insatisfecho.

Añádase a esto que, a diferencia de la infantiloide Black mirror, aquí no se regalan caramelos audiovisuales. El tráiler es de los más sosos que se puedan ver, la música ramplona, de acompañamiento, y a veces ni siquiera eso. Lo que predomina es la tensión causada por la ambigüedad y hace que la serie sea de una intriga creciente y adictiva. Es como una muñeca rusa de secuencias que van saliendo una de otra. Buenos diálogos, cuando los hay, buen guion, entretejido, tiene lo mejor de una serie, el tiempo de sobra, su manejo sin premura. A los que se desesperan con la escasa definición ideológica hay que advertirles que tampoco funcionan los procesos de identificación con los personajes: los dos protagonistas repelen, el uno perdido y la otra trepa, o quizá no, y el resto son impresentables, pero eficaces.

Hay series que después de haber acabado merece la pena volver a verlas por la belleza de las imágenes, la complejidad de los diálogos, la empatía con los personajes. Esta no es de esas. Los spoilers o haberla visto eliminan la mayor parte de su atractivo. Basta una imagen, la que faltaba en el video, para que se desvele la intriga, se confirme la sospecha. El slogan del póster de la serie “ver es engañar” se aplica en primer lugar a ella, ya que el espectador es engañado hasta el capítulo final por un sistema infalible: muchas imágenes para atender ocultando algunas que faltan. Como en la vida diaria.

Bueno, entonces, ¿merece o no la pena verla? No, pero sí mirarla, y se sacan conclusiones interesantes.








viernes, 12 de febrero de 2021

una cita, un tópico (1)

 


“The safest general characterization of the European philosophical tradition is that it consists of a series of footnotes to Plato. I do not mean the systematic scheme of thought which scholars have doubtfully extracted from his writings. I allude to the wealth of general ideas scattered through them” (Whitehead).

A veces solo merece la pena citar algo más para deshacer un malentendido no para apoyarse en otro. El conocido texto de Whitehead se ha convertido en un tópico abreviándolo así “La historia de la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de Platón”. Y no se pasa de ahí, lo que conlleva una simplificación muy empobrecedora. Por el contrario, lo que viene a continuación (incluso más allá del texto citado) explica que el autor no quiere entrar en una discusión académica con la historia de la filosofía académica sobre Platón, sino únicamente subrayar lo fructíferas que han sido todas esas “ideas generales” que salen de sus textos llegando hasta hoy. Pertenecen a la tradición filosófica europea, según él, y para no entrar en conflictos territoriales con la Academia me atrevería a sugerir que también forman parte de algo más acorde con esas “ideas generales” como es el pensamiento occidental. Aunque parezca mentira, el pensamiento no es patrimonio de la filosofía. 


En esa línea cabría decir que los imaginarios estéticos de las nuevas tecnologías elaborados en el pasado siglo y todavía en este tienen una gran dependencia de Platón y en concreto del mito de la caverna, descripción seminal de la condición humana. La caverna digital es ya un tópico al alcance de todos. En estética de las nuevas tecnologías sus imaginarios no son verdaderos o falsos sino ficciones que son operativas o no. Y es indudable que la poética platónica sobre las imágenes expresada en el citado mito ha tenido una gran influencia. Me remito a lo fácil, a la asimilación que se hizo entre el mito y el mundo Matrix, vía Baudrillard, cuyo ejemplar está en la biblioteca de Neo. La expresión de Burroughs “sobredosis de imágenes” en Expreso Nova hizo fortuna para caracterizar el agobio de la multiplicación de imágenes tecnológicas que conducían inoculadas como virus a una “existencia terminal”. El aparente mundo feliz del inconsciente “prisionero de las imágenes” en la caverna audiovisual se escenifica en El show de Truman y así sucesivamente… Para no perdernos (en) el Ciberpunk.

Hay todo un imaginario ligado a la poética platónica de la imagen que la ve como símbolo engañoso de una realidad oculta o inexistente. Ha sido una idea fecunda de gran fuerza operativa en los imaginarios estéticos de las nuevas tecnologías y no tiene sentido discutir académicamente si es correcta o no esa interpretación en este caso. Funciona. Pero con matices. Y son precisamente esos matices los que me interesa destacar en una serie de post sobre la primera temporada de la serie The capture. La razón principal es que hay un choque inesperado. Pocas veces encontramos un punto de confluencia entre las tecnologías del yo de tradición platónica y las tecnologías ciudadanas a propósito de las imágenes. Y aquí saltan chispas de inteligencia en la confrontación.


miércoles, 30 de diciembre de 2020

jueves, 10 de diciembre de 2020

domingo, 15 de noviembre de 2020

Señor Derrida, ¿cree usted en fantasmas?



                                                    Respuesta






"Recorres Europa, los continentes, aviones, fax, teléfonos, correo en las cuatro
esquinas del mundo. Es duro, es duro. Es agradable, pero es duro.
También hay que trabajar a pesar de todo, además. No se puede
vender siempre la misma mercancía. Hay que inventar, leer, imaginar. Porque sin eso, no están contentos, dicen que los tomas por
imbéciles. O que vas para abajo". 

martes, 27 de octubre de 2020

el humanismo digital de bankia












"De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch.
Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo XIX y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable." (Kundera. La insoportable levedad del ser)

Trabajando sobre textos de la última moda, no ya "Humanidades digitales", tampoco "Humanidades postdigitales"  sino Poshumanidades digitales, que es lo que parece se lleva ahora (18.51 horas), vuelvo a tener la misma impresión de siempre cuando se trata de humanismo y nuevas tecnologías: trabajan con un tópico de humanismo sesgado, idealista, antropocéntrico y de estética kitsch que no tiene nada que ver con la complejidad del otro humanismo, el de la indignidad humana, el humanismo del límite, que arranca desde el Renacimiento, inmune a las simplezas de Heidegger y copistas pero oscurecido por ellas.

martes, 13 de octubre de 2020

jueves, 8 de octubre de 2020

éxito




“La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera” (Camus. La peste)












 

martes, 6 de octubre de 2020

¿Una nueva edad oscura?

 


El interés por este libro se debe, en mi caso, a una mezcla de confusos sentimientos. El título me resultaba disuasorio porque recuerda, demasiado, a otros alegatos antitecnológicos. Pero el autor es James Bridle, inventor del término y proyecto “Nueva Estética” que he seguido desde hace años en este blog. Bruce Sterling lo puso en circulación con la afortunada frase de que se trataba de “la erupción de lo digital en lo físico”. Una de la tesis expuestas en la web de Bridle era que el objeto de la pixelación de lo físico en lo digital respondía al intento de hacer visible lo invisible. Como desarrolló en “La nueva estética y su política” la tecnología es en sí política, luego hace falta seguir otro camino en estética y hacer “una crítica de la crítica”. Esa crítica, lo adelanto, se refiere a la crítica tradicional basada en lo dialéctico y lo binario. La nueva estética confunde, reconoce Bridle, porque no usa la palabra en sentido clásico: sensibilidad y belleza; emplea el lenguaje de aquello que ya está politizado como son las redes y utiliza sus recursos. Se comunica, no hablando sobre imágenes, sino creándolas y mostrándolas. En definitiva, afirma, lo primero que tiene que hacer uno que quiera que dedicarse a la nueva estética es aprender a programar. Lo demás es una pérdida de tiempo pues el no alfabetizado digitalmente lo único que mira es “el dedo pixelado” (destacando sus insuficiencias) y no hacia lo que apunta. Y, entonces, se pregunta él mismo, ¿por qué ha escrito el artículo? Una contradicción, reconoce, otra más de nuestra época. De hecho, él proviene del ámbito de la escritura.

Con estos antecedentes era difícil ubicar el libro como tal en su proyecto. Y de hecho la expresión y consideraciones sobre la “nueva estética no aparecen en él. El libro es pura política, pero ¿de qué?. Si en el proyecto se trataba de hacer visible lo invisible aquí, en el libro, se constata que es poco menos que imposible ya que, precisamente, la edad oscura en la que estamos sobreviene por el exceso de visibilidad que invisibiliza todo, como una luz blanca cegadora. Según él, estamos entrando en una nueva edad oscura por el fracaso de la Ilustración: el exceso de conocimiento ahoga el pensamiento, la sobreabundancia habría acabado con él. Tesis que recuerdan los viejunos discursos  sobre la sobreabundancia de las imágenes. La cita que hace de Lovecraft sobre que vivimos en “medio de los negros mares de la infinitud” nos pone sobre la pista del romanticismo oscuro de contexto por el título. Pero, insiste, menos mal, esto no tiene nada que ver con el  nihilismo. Recalca que no va contra la tecnología pues sería  como ir contra nosotros mismos. El libro lo que pretende, en definitiva, es repensar las metáforas de la tecnología, ese encantamiento, porque “la tecnología no consiste en la mera creación y uso de herramientas: es la creación de metáforas”. No puedo estar más de acuerdo pues me he pasado décadas criticando el uso de las “metáforas digitales” y cada vez que sigo leyendo “humanidades digitales” me doy cuenta de que la batalla está perdida.

El libro hace, pues, un diagnóstico expresado en el título, un análisis de casos concretos que lo apoyan y que ocupa la mayor parte de los capítulos, despistando a algunos sobre su finalidad y, finalmente, una propuesta que me gustaría destacar: “apodernarnos de la zona gris”. Esa que hay entre la sobreabundancia de las tecnologías  y las teorías simples, a menudo paranoicas, sobre ellas. Me parece que hoy día el planteamiento es inverso al cartesiano: no reducir lo complejo a lo simple sino lo simple a lo complejo.  Se trataría, entonces,  de “vivir conscientemente en la zona gris”. De modo que “esta afirmación podría ser la moraleja de este libro: una denuncia irrefutable de nuestra capacidad de ignorar o buscar más información de primera mano, cuando el problema no está en lo que sabemos o dejamos de saber, sino en lo que hacemos”. Esa zona gris podría ser la de una “nueva estética” de las tecnologías  que responda a una necesidad antigua, aquella que Herder  cifraba diciendo que el auténtico arte es la unión de saber hacer y poder hacer.

 

 


jueves, 1 de octubre de 2020