Una exposición que es una rareza por su formato y contenido:
no concebida para indignar cuando se está dentro sino para pensar en lo visto
cuando se sale fuera. Su amplitud de recorrido, la abundantísima información
icónica y textual, las piezas originales que se exhiben, las reconstrucciones y
maquetas, las fotografías envolventes que llenan una pared, no permiten ese
recorrido de la mera identificación sino que obligan a la distancia, a
preguntarse ¿cómo pudo pasar esto? Y así se comienza con el Auschwitz de la
comunidad judía antes de que fuera el Auschwitz de su aniquilación. No hay una respuesta. La exposición se torna
descriptiva más que explicativa, lo que creo es su gran acierto. A su final no
hay una explicación de lo que pasó,
no por falta de datos, sino todo lo contrario, más bien por la ausencia de
tesis. Y eso es precisamente lo que la hace más inquietante, invita a
cuestionarse: si no se sabe por qué pasó ese genocidio en términos de pueblo es
que puede seguir pasando en costes de humanidad, y así “no hace mucho, no muy lejos”.
No solo a recordar, esta exposición incita a saber. No es tanto una respuesta como una pregunta al espectador. Emplazado a la entrada de la exposición que se abre en forma de gruta, en los raíles, de camino a esa boca grotesca, todavía
anestesiado por el tópico del alma bella, que siente y cree saber con ello, y así "hace mucho, tan lejos". Es el mal de la banalidad emocional después de Auschwitz.
Se evitan en esta exposición tres de los mayores problemas
que suelen acompañar a su tratamiento temático habitual y que se extiende también al
ámbito fílmico y la fotografía: la estética inintencional de la fuerza de
los verdugos, la doble humillación a las víctimas y la manipulación emocional
del espectador.