viernes, 8 de noviembre de 2013
viernes, 1 de noviembre de 2013
la cámara discreta
Pocas cosas hay más tristes en la vida que participar en España en un Seminario, Congreso, o vino de honor sobre Arte y Política. Es un tipo de saraos que se ha puesto de moda entre los profesionales de rentabilizar las intenciones edificantes y suele consistir en disfrazarse de cámara indiscreta, en un discurso hegemónico sobre la necesidad de introducir una mirada distinta (irónica a ser posible) en el discurso hegemónico del poder, el mercado, etc., elíjanse enemigos imaginarios a voluntad, contra más abstractos mejor, ninguna referencia concreta por supuesto a la mano que patrocina el acto. En su lugar, un generoso surtido de comentario de textos.
¿Es posible un arte con menos hipertexto y más hiperhumanidad?
Es posible, y la película Solo el viento de Fliegauf es una muestra de ello. No pretende ser un documental sino una ficción pero muestra el acto de matar de manera estéticamente más honesta que la bochornosa The act of killing.
martes, 22 de octubre de 2013
viernes, 18 de octubre de 2013
miércoles, 16 de octubre de 2013
domingo, 13 de octubre de 2013
Gravity
¿Qué puede hacer interesante una película de argumento inexistente a fuerza de inverosímil, diálogos estúpidos festoneados con merengue marca Spielberg, una protagonista de expresividad facial momificada por las operaciones de conservación? Ni siquiera los tics pícaros de Clooney que estaba dando una vuelta por ahí.
Son las nuevas tecnologías como lo fueron también con Prometheus. Ellas merecen la pena como para volver a una butaca cara e incómoda de la que hace tiempo hemos desertado. Para experimentar lo sublime tecnológico rodeados de la última de las creaciones humanas: un espacio de mierda.
sábado, 12 de octubre de 2013
miércoles, 9 de octubre de 2013
proyecto Nocilla
Me ha hecho mucha ilusión recibir las tres Nocillas de Agustín reunidas en un volumen por Alfaguara. Para mi fueron un descubrimiento muy interesante en su momento y de ello he dejado constancia en este blog. Un proyecto inaugural como este era de extraordinaria importancia para los que nos dedicamos a la estética de las nuevas tecnologías. Además, está muy bien escrito. Característica que comparte con otros miembros de esa no generación como Vicente Luis Mora y Eloy Fernández Porta, un Hegel del sampleado cultural. Sin olvidar a Jordi-Jorge Carrión.
Mis discrepancias con la teoría que subyace a ese proyecto se las he expuesto en numerosas ocasiones pero como son muy buena gente (un detalle nada despreciable en este mundo de Carpantas)y saben que además no tengo remedio, tampoco me lo han tenido mucho en cuenta. Y, lo más importante, nunca me han hecho caso.
Apenas he abierto el libro sin querer he echado en falta la extraordinaria versión en cómic de Pere Joan. En mi imaginario va unida indisolublemente al proyecto. No lo he leído (¿todavía?), no porque me acabe de llegar el volumen y no haya tenido tiempo, lo cual es cierto, sino por que no sé si estoy en condiciones de hacerlo. ¿Por qué?
Escribir es una forma de salir de la perplejidad y ahí van estas reflexiones con el libro todavía en las manos, mirando esas portadas que siempre fueron un acierto.
La literatura de las nuevas tecnologías tiene detrás un largo pasado, trabaja en un cierto presente y sigue incapaz de imaginar un futuro mejor. Formulado así ninguno de esos elementos parece ser verdad. Pero es que tampoco se trata aquí de la verdad, un término poco operativo en este ámbito, sino de fantasía exacta. Para ser más precisos, de imaginarios estéticos. No son ni verdaderos ni falsos, pero es como una sociedad se ve a sí misma de modo cambiante, fugaz y, por ello, están en una dialéctica constante con la teoría. Si los primeros se distinguen por la inmediatez, la segunda requiere, al menos, una cierta distancia. Obviamente están relacionados, pero es importante no confundirlos, lo que es relativamente habitual cuando se trata de la teoría de la literatura de las nuevas tecnologías.
Nadie en su sano juicio habla hoy ya de hipertexto como imaginario estético operativo, pero a veces se utiliza todavía en la teoría con una mezcla nostálgica, no siempre consciente, del tecnorromanticismo fundacional de la revista Wired: cerebros conectados a cerebros, textos enlazados a textos, indefinida, infinitamente. Lo sublime tecnológico ha mutado en una teoría que no tiene ya nada que ver con las efímeras prácticas tecnológicas del momento.
Una cosa es la literatura de las nuevas tecnologías y otra la literatura con nuevas tecnologías. La primera ha desaparecido con la burbuja literaria de la posmodernidad. Está vinculada a la teoría de las tecnologías del yo, basadas en la ironía, el sampleado, la autoficción y el carácter ficcional de lo real, en definitiva, de los años 80 del siglo pasado. Su estética del reciclaje, que mezcla supuesta novedad en la forma y conservadurismo en el fondo, la hace muy atractiva para trabajos académicos de legitimación, exposiciones en centros subvencionados y bolos transmedia. En la mayoría de los casos suele ir revestida de una excelente escritura. El agotamiento de su capacidad de experimentación tiene su raíz en lo limitado de sus experiencias, su hemiplejia social y neoconservadurismo político.
Por el contrario, en la literatura con nuevas tecnologías la primera condición es que no se notan, porque son invisibles, no es un mérito ya que somos seres tecnológicos como solía decirse, de toda la vida. Queda algo de realidad virtual, se habla de realidad aumentada y se encamina decididamente a la realidad integrada. Este es el punto de convergencia de la literatura con la sociedad tecnológica. Opera con nuevas tecnologías y eso la hace normal, no distinta.
Después de esto sigo tan perplejo ¿Qué hago? ¿Vuelvo a leer el libro? Si no lo hago quizás se me perdone porque ya lo leí antes, pero vosotros os estáis perdiendo mucho si no lo hacéis ya.
sábado, 5 de octubre de 2013
viernes, 4 de octubre de 2013
martes, 1 de octubre de 2013
vídeo en defensa de la filosofía
Si no aceptas que te manipulen ayuda a salvar a la filosofía
Vídeo que me pasa Raquel Rodríguez Niño
domingo, 29 de septiembre de 2013
De cine
Si, como decía Baudelaire, "el genio es la infancia recuperada a voluntad" este libro de Eugenio Trías es una muestra de ello. Para toda una generación lo que de mágica podía tener la vida se encerraba en una frase: es de cine. Con eso estaba dicho todo. Pero no bastaba. Había que contarlo. Allí, en los programas dobles, siempre caía entre la obligada españolada una perla que contar. Las películas no solo se veían sino que lo más importante era contarlas. Ahora lo llaman compartir. Es lo que hace este libro póstumo que respira felicidad. Se nota.
Una vida recuperada a voluntad como reflexión a través del cine. Es el disfrute de la estética como trabajo. Lo hizo ya en aquel libro deslumbrante, Vértigo y pasión, sobre la película de Hitchcock que ahora confiesa su preferida entre todas. Si Kundera veía en el vértigo el dulce e irresistible deseo de caer, Eugenio Trías detectaba "el abismo que sube y se desborda". Todo un ejercicio de diálogo entre cine y filosofía. Conviene subrayarlo en estos tiempos que corren.
[Un impresentable ministro de Educación y Cultura ha negociado para congraciarse con el mundo del cine introducirlo como materia educativa en Secundaria. Excelente noticia. No lo es que para celebrar la declaración de las corridas de toros como bien, qué digo, "patrimonio" cultural, haya decidido también rejonear a muerte a la filosofía para así acabar de darle la puntilla en la Universidad].
Este libro es diferente. Responde más al cine como "acto de ver", en expresión de Wenders, que es un acto de contar poniéndose entre paréntesis, lo que hace el niño al final de Al paso del tiempo. Eugenio Trías, un metafísico de raza, sabe estar y, en vez de perderse en ontologías onanistas al estilo de Deleuze, cuenta, muestra, aquello de lo que está hablando, suscitando, no la imagen de la trama sino, como pedían en el cine de las nuevas olas, la trama de las imágenes. El acto de ver como pura, en el sentido de simple, fenomenología de las imágenes, de dejarlas estar. Quizás esta forma de ver cine sepa a poco, pero es que lo otro es el delirio de los que saben poco de cine. Y hay mucho delirio suelto.
Saber en el sentido etimológico de gustar. Eugenio Trías, en esa fusión entre cine y (su) vida habla del cine que le gusta, no del que le parece ser más importante. Este libro es un canon incompleto de sus gustos que pensaba ofrecer en otros sucesivos. Los diferentes apartados tienen así mucho de libro de horas. Incluso me atrevo a decir que funcionaría mejor como un cuaderno de bitácora alojado en una web donde mostrar las imágenes que Eugenio tenía en la retina cuando tomaba notas. Así en la magnífica descripción de Marnie.
El libro tiene formalmente la estructura de una larga conversación sobre las imágenes: mira, fíjate en los ojos glaucos y la cara enloquecida del Dr. Mabuse, en las nuevas imágenes recuperadas de Metrópolis, cómo se aclaran algunas ambigüedades de la versión amputada.
Una vida recuperada a voluntad como reflexión a través del cine. Es el disfrute de la estética como trabajo. Lo hizo ya en aquel libro deslumbrante, Vértigo y pasión, sobre la película de Hitchcock que ahora confiesa su preferida entre todas. Si Kundera veía en el vértigo el dulce e irresistible deseo de caer, Eugenio Trías detectaba "el abismo que sube y se desborda". Todo un ejercicio de diálogo entre cine y filosofía. Conviene subrayarlo en estos tiempos que corren.
[Un impresentable ministro de Educación y Cultura ha negociado para congraciarse con el mundo del cine introducirlo como materia educativa en Secundaria. Excelente noticia. No lo es que para celebrar la declaración de las corridas de toros como bien, qué digo, "patrimonio" cultural, haya decidido también rejonear a muerte a la filosofía para así acabar de darle la puntilla en la Universidad].
Este libro es diferente. Responde más al cine como "acto de ver", en expresión de Wenders, que es un acto de contar poniéndose entre paréntesis, lo que hace el niño al final de Al paso del tiempo. Eugenio Trías, un metafísico de raza, sabe estar y, en vez de perderse en ontologías onanistas al estilo de Deleuze, cuenta, muestra, aquello de lo que está hablando, suscitando, no la imagen de la trama sino, como pedían en el cine de las nuevas olas, la trama de las imágenes. El acto de ver como pura, en el sentido de simple, fenomenología de las imágenes, de dejarlas estar. Quizás esta forma de ver cine sepa a poco, pero es que lo otro es el delirio de los que saben poco de cine. Y hay mucho delirio suelto.
Saber en el sentido etimológico de gustar. Eugenio Trías, en esa fusión entre cine y (su) vida habla del cine que le gusta, no del que le parece ser más importante. Este libro es un canon incompleto de sus gustos que pensaba ofrecer en otros sucesivos. Los diferentes apartados tienen así mucho de libro de horas. Incluso me atrevo a decir que funcionaría mejor como un cuaderno de bitácora alojado en una web donde mostrar las imágenes que Eugenio tenía en la retina cuando tomaba notas. Así en la magnífica descripción de Marnie.
El libro tiene formalmente la estructura de una larga conversación sobre las imágenes: mira, fíjate en los ojos glaucos y la cara enloquecida del Dr. Mabuse, en las nuevas imágenes recuperadas de Metrópolis, cómo se aclaran algunas ambigüedades de la versión amputada.
Eugenio completa los extraordinarios fuera de campo de Fritz Lang y sigue fascinado la trayectoria de las elipsis de Kubrick, en particular el gesto extático del prehomínido Moon-Watcher: "se produce entonces la más gigantesca elipsis del cine: cuatro millones de años. El hueso se convierte en nave aeroespacial". Asistimos estremecidos en el minucioso relato al progresivo enloquecimiento del otro vigilante convertido en espectro de la mente perturbada del demiurgo Overlock en El resplandor.
Antes de perderse en los laberintos de Lynch, tras un desfallecimiento momentáneo en una teoría que le es ajena, una pausa en el contar, Eugenio Trías mira desde la portada del libro para ver si le hemos seguido. Es la antesala de la habitación de los deseos. Efectivamente, la palabra deseo es la clave. No tanto elegir un deseo sino mantener todavía la capacidad de desear. Es lo que vence a la muerte.
Hay un hilo de Ariadna literario en toda el libro, que enlaza de una manera u otra las películas seleccionadas, Tierra baldía (1922) de T.S.Eliot, uno de cuyos cabos sirve para engavillar el conjunto de su propia obra filosófica y literaria. Junto a ello un poema, Los hombres huecos (1925), núcleo del monólogo de Kurt/Brando en Apocalypse now, pero convertido ahora en poesía de amor y esperanza de los no-muertos en el espléndido comentario al Drácula de Coppola. Podría decirse que el amor es el verdadero núcleo resultante de esa fusión entre este cine y esta vida de Eugenio Trías: "Sólo se vive una vez, en efecto. Pero vivamos en perpetua fuga hacia la frontera liberadora, hacia el final del túnel, en consagración de la más grande de las pasiones, la amorosa". El amor que vence a la muerte.
Hablamos a veces de filosofía, pero nunca de cine. Ahora lo lamento. Me hubiera gustado comentar con él esta película,.
jueves, 26 de septiembre de 2013
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