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“Nos parecía
claro que el futuro de los ordenadores iba a dar otra visión. Nos hemos
equivocado. La ciencia ficción exploró ese terreno a través del cyberpunk,
después todo se ha acabado. Ahora las nuevas tecnologías nos son familiares y
hemos comprendido que no son sino tecnologías. Después del cyberpunk no ha
habido un movimiento tan importante” (Neal Stephenson, entrevista 2005).
El contexto
es la creencia de que las nuevas tecnologías, ellas, iban a cambiar nuestra
existencia dándonos una especie de second life a través de toda clase de
avatares, de personalidades múltiples en las que lo virtual compensaba la
deficiencia de lo real. Había una externalización mágica de las tecnologías
como sujetos agentes y los seres humanos como objetos pacientes que sufrían su “impacto”
produciéndose la transformación correspondiente de todo signo. Stephenson
afirma (coincidiendo con Negroponte) que “ahora” son familiares y cotidianas,
solo tecnologías. Antes eran extraordinarias, ahora ordinarias, en el pleno
sentido de la palabra. Hay un deje de
desilusión unido a la constatación del final del movimiento estético que lo exploró,
el cyberpunk.
Pero, cabe
preguntarse ¿Ha sido, es realmente, así? Creo que no.
En las
imágenes finales de la entrada anterior se mezclaban dos elementos
característicos de la nueva “revolución” digital “más allá” de la otra: la
utopía de Wired con la internet de las cosas cobrando vida y hablando
entre ellas y la paranoia con tintes de estética cyberpunk y toque Mamoru Oshii
de un ser humano solitario, quizás una cyborg, reducido a mero espectador, ni
siquiera oyente. De cumplirse esas previsiones no parece quedar mucho tiempo para
que se pregunte el ordenador de Negroponte si le merece la pena ejercer de
doctor para salvar a un ser humano. Con los captchas es ya una máquina quien
comprueba si eres humano.