Si la Transición quiere alejarse del Movimiento, el Cambio aspira a cerrar la Transición. Son símbolos que abren y cierran pero no reflejan sino que sustituyen a la realidad dando como resultado la eclosión de esta última una metamorfosis de los mismos más que una ruptura. Algo de eso ocurrió cuando Felipe González utilizó en julio de 1985 el emblemático yate del dictador “Azor” para un periplo vacacional provocando un escándalo mayúsculo como simbolismo asociado a la dictadura y a las hazañas de pesca asistida de Franco. Fernando Sánchez Castillo ha creado con los restos del barco un grupo escultórico titulado “Síndrome del Guernica”. Un guiño a Picasso que necesita ser explicado en una excursión al informalismo cubista, al cubicaje de la materia y la memoria ¿Lo pillan? Es la ironía del posfascismo posmoderno.
Tres imágenes de tres momentos distintos que muestran cómo
las imágenes en la estética política acaban teniendo un carácter inintencional.
El yate de recreo de Franco era percibido como un símbolo de la dictadura por
parte de los españoles depauperados que asistían incrédulos a las perfomances
de pesca de atunes y cachalotes por parte de Franco, difundidas en el “parte” y
obligatoriamente ampliadas en el NODO anterior a la película que se había ido a
ver en el cine. A esa mezcla de ostentación y poder reaccionaban con los
chascarrillos relativos a la dificultad creciente de los buzos para atar a los
anzuelos las presas de las que presumía, más aún cuando se trataba de la pesca
de salmón, animal nervioso que no se avenía con el creciente Parkinson del
pescador. Entrevistas de Estado, invitaciones a ministros en fase de prueba,
escenas familiares de escasa intimidad, eran estampas frecuentes en la cubierta
del yate. Lo que se transmitía como una imagen de relajo y humanidad era
percibido, sin embargo, como un símbolo de poder absoluto en su disfrute y
contemplación obligada del resto de los españoles. Era el fascismo moderno.
Cuando Felipe González decide en términos posmodernos
“apropiarse” del yate para un viaje de recreo “descontextualizándolo” de su
pasado, como una propiedad más de un estado democrático, la prensa reacciona
escandalizada ante el uso de ese símbolo dictatorial, escandalizando, a su vez,
a Felipe González que ve en esas críticas componente freudianos de los
españoles incapaces de superar su pasado. Alfonso Guerra, más fino, ya le
habría desaconsejado, según su propio testimonio, la aventura. Por problemas de
imagen. Todavía se está en el fascismo posmoderno.
De las desventuras del yate, una vez muerto el dictador,
deteriorándose al no encontrar un uso para él, ya hay suficientes testimonios
hasta el más chusco de acabar varado en un páramo de Burgos como reclamo de un
asador. El propietario reconoció haber hecho un mal negocio, la memoria
asociada al yate, declaró, ya no tenía un valor económico. El olvido había
triunfado haciendo desaparecer la intencionalidad del símbolo. Todo lo más
quedaban los inevitables grafitis asociados al nombre del que “estuvo aquí” o
hizo sus necesidades allá.
De ese olvido del tiempo lo rescata la oportunidad de la
memoria histórica comprándolo un avispado artista, Fernando Sánchez Castillo,
por un importe no declarado, en todo caso no alto, “Franco ya no era rentable”,
puntualizaría. Lo desguaza, empaqueta, compacta, reservándose algunas piezas
para la exposición que tiene lugar del 20 de enero al 8 de abril de 2012 en el Matadero de Madrid. Amante de la ironía
y de las contradicciones en la investigación de los símbolos este artista
conceptual encierra la obra en el antiguo frigorífico del matadero mostrando la
congelación de la memoria en el olvido y su descongelación en la memoria histórica
que lo vuelve a congelar hermenéuticamente. Todo el proceso, hallazgo, compra,
desguace, conversión en obra de arte y exhibición es oportunamente documentado
en un vídeo.
El artista subraya que su gesto no obedece a una “responsabilidad
política” sino a una “responsabilidad estética” ¿Cómo debe entenderse esto? El
compromiso ha dado paso a la ironía. Esta consiste en jugar con lo sublime de
la ruina histórica en versión Lyotard: reciclar
un símbolo ya desprovisto de trascendencia pero jugando hermenéuticamente con
ella, sin nostalgia pero con aprovechamiento, parasitándolo. Un símbolo
convertido en chatarra física por el deterioro y conceptual por el olvido es
reciclado, la palabra clave de la ironía posmoderna, del posfascismo
posmoderno.
Fernando Sánchez Castillo pertenece por edad a toda esa generación
de “victimas culturales” (el artista se caracteriza a sí mismo como “exiliado
cultural”)quejosas del silencio de aquella época por sus mayores y ahora
empeñados, no tanto en conocer su verdadera historia, les da igual, (por
ejemplo, en ese barco no tuvo la reunión de Franco con Don Juan, fue en otro
anterior) como en “contarla” a su manera formando parte del relevo generacional
en el traspaso de poderes.
El artista ha señalado que la performance documentada en el
video cubre tres épocas capitales de la historia de España: dictadura, transición
y “tardocapitalismo salvaje”. Esto último caracterizaría el cómo entiende la “responsabilidad
estética” hoy día esa generación: denuncia capitalista del capitalismo salvaje
del poder desde las instituciones del poder mismo en que anidan, mundo del arte
y universidades; refiriéndose al pasado más que, prudencia obliga, al presente;
señalando las contradicciones del pasado desde sus propias contradicciones y
aquí no ha pasado nada, pues la basura del fascismo conceptualizada “non olet”.
No se tira nada, todo se aprovecha. Muy interesante.