“Entonces entendí la verdadera envergadura de esa nueva y radical lucha de generaciones que está ocurriendo en las aulas, hogares, aceras de la modernidad, tarimas y columnas. El problema, y no sólo el pedagógico, es sencillamente el profundo duelo generacional entre esos
nativos digitales que vinieron al mundo con los
bits bien puestos y esos
inmigrantes digitales que intentamos reciclarnos para los usos y costumbres de la nueva galaxia. Lo extraño es que a los inmigrantes, de vieja o corta historia, nos toque el suicida papel pedagógico de intentar convencer en sus propios territorios a los nativos. Es como si a los misioneros del XVII les exigieran sus superiores, en un ataque de multiculturalismo, predicar a los nativos las bondades de sus ritos indígenas o la superioridad estética de las imágenes aztecas respecto a aquella imaginería barroca de importación evangelizadora.
Y cuando por fin entendí la diferencia de base, o de clase, entre nativos e inmigrantes digitales, algo en lo que nunca había pensado, sólo pude murmurar a modo de fuga con el rabo digital entre las piernas: “Es que sólo soy un inmigrante, perdonen ustedes”. (Juan Cueto. “Esos nativos digitales”.
El País semanal. 24 de junio de 2007, p.10)
Al parecer, y para acabar de hundirle en la miseria, también le dijeron los alumnos al profesor de marras amigo de Juan Cueto: “¿Para qué sirve un profesor en la era de Internet?”. Al leer esto, y por deformación profesional, me viene a la mente el verso de Hölderlin que gustaba citar el Señor Oscuro de la Selva Negra: “¿Para qué poetas en tiempo indigente?”. Pero no es relevante, sino sólo para contribuir modestamente a la ceremonia de la confusión. Ante tales despropósitos no me extraña que acaben con ese
rabo digital entre las piernas. ¿Será el tercer miembro del transhumanista Stellarc? ¿O una de las prótesis y extensiones que salen de tanto leer a McLuhan?.
El texto de Juan Cueto es uno de los más lamentables que leído sobre educación y nuevas tecnologías. Encarna el estilo de una ética y estética edificantes de muchos
predicadores digitales (sic): cercanos, comprensivos, colegas, enrollados, es decir, un asco. Porque no se trata de eso. Y aquí la terminología de Prensky utilizada, (nativos, inmigrantes digitales) más que de servir de ayuda, dificulta la comprensión del tema. No hay una lucha generacional (como también afirma Castells) sino una convivencia generacional en torno a las NT. Aunque sólo sea por motivos económicos, de capacidad económica de usuarios. Y téngase en cuenta que si tiene algún sentido la
boutade de Bauman, esa de que vivimos una
vida líquida, es que vivimos pendientes de nuestra liquidez…monetaria.
Además, el papel que juegan las tecnologías en la educación no se solapa con el problema de la educación en las tecnologías, que deben formar parte de una innovación de los contenidos en la educación que ahora brilla por su ausencia, de modo que las NT acaban convirtiéndose, a su pesar, en una coartada de la vieja educación. El desastre educativo en el mundo real no se soluciona en el virtual. La carcundia tiene un efecto multiplicador con las NT. La misión de los profesores no es, a diferencia de lo que apunta Juan Cueto, enseñar a manejar aparatos, sino a qué hacer con los aparatos que se manejan. Ahí está el problema.
En este momento conviven un lenguaje literario, icónico y técnico sobre las tecnologías. En el primero se construyen imaginarios. En el segundo se describen productos. Decía Ortega que o se hace literatura o se hace ciencia o uno se calla. Me pregunto si esto vale respecto al lenguaje de las nuevas tecnologías que actualmente se utiliza. Estas son nuevas siempre por definición, sólo que más o menos nuevas respecto a otra anterior, y no hay retroceso. Pero esto sí ocurre con el lenguaje. El lenguaje de las nuevas tecnologías es viejo en su dimensión social, aunque no obsoleto, ya que se sigue utilizando. Es un lenguaje de ciencia ficción, más que de ciencia especulación. En ese sentido las NT han avanzado desde los años 90 del siglo pasado, pero su lenguaje se ha quedado estancado, lo que es una contradicción. Y esto se pone de manifiesto en sus metáforas, especialmente aquellas que llevan el apelativo de “digital”, así “revolución digital”, “nómadas digitales”, “nativos digitales”, “inmigrantes digitales”, “ciudadanía digital”….la lista puede ser muy extensa. Y no me olvido de la famosa “brecha digital”.
Las metáforas consisten en la fusión de dos elementos conocidos que da lugar a un tercero menos conocido. Ese tercer elemento es como si fuera uno de ellos, pero no lo es, nadie lo confunde. Así “el fuego de tus ojos”, que lleva a que algunos/as se derritan sentimentalmente en la contemplación del ser amado, pero sin correr peligro físico alguno, de momento. Se destaca la intensidad, el magnetismo de una mirada, y ese tercer objeto, virtual, no tiene vida propia independiente sino un valor sentimental. Con frecuencia las metáforas son fruto de una proyección del narciso sentimental, emocionado de estar emocionado. No amplían entonces el conocimiento, sino que lo sustituyen en la apelación al sentimiento. Por eso son un elemento inestimable de
marketing: mi vida por una buena metáfora. ¿Quién renuncia a ponerse "estupendo" tocando con la varita mágica de lo "digital" una palabra sencilla, pero clarificadora? En la existencia se utilizan numerosas metáforas, el problema tiene lugar cuando la existencia misma se convierte a través de ellas en una metáfora más. Estamos ante la existencia metafórica y la vida se transforma en un avatar.
Por ejemplo, si se trata de la “revolución digital”, muchos reverdecen ajados laureles de mayo del 68, de la revolución perdida en las calles, pero ganada en los ordenadores, sin el freno del estado policial, y un palo en las costillas. Mucho menos peligrosa que la real, ya que se trata, como decía Rosseto, el fundador de
Wired, de “mentes conectadas a mentes”. Los “nómadas digitales” rememoran en el ordenador al camello y en los puntos de conexión, los pozos del desierto, y comparan el sudoroso trajinar por estos espacios, con el ajetreo por los aeropuertos, y los escasos enseres con la tarjeta de crédito. Sueños de domingueros. Los “nativos digitales” descubren que no han nacido del vientre de su madre, sino del de “matrix”. De ahí las alabanzas que reciben por su pericia en el manejo de las NT, lástima que no sean los primeros destinatarios de ellas, por su bajo poder adquisitivo. En cuanto a los “inmigrantes digitales”, ellos pueden dirigirse con la cabeza bien alta y el corazón compasivo a los semimuertos que llegan en las pateras, o a los explotados en los trabajos que nadie quiere, diciéndoles: te comprendo, yo soy como tú, un inmigrante.
Y qué decir de la “ciudadanía digital”, el hueso moderno que los poderes públicos echan de vez en cuando a los sufridos ciudadanos para compensar la pérdida de poder político y el desencanto por los partidos existentes. Efectivamente, no hay nada más revolucionario que convertir a un ciudadano en un avatar. Tampoco existe la “brecha digital”, la del ciberespacio, sino la brecha social de los más desfavorecidos que no tienen acceso a bienes, entre ellos las NT. La eliminación de esa brecha es una tarea social, no virtual.
Se me dirá: tampoco es para ponerse así, es una forma de hablar, que sirve para entendernos. No, sirve para confundirnos. ¿En todos los casos en que se usan metáforas en las NT? Obviamente no. Sólo en aquellos en los que lo “digital” es un sustituto de lo real, un simulacro que enmascara en la confusión con lo real su verdadera ausencia. Y esto es especialmente grave cuando lo que se pretende no es el vivir una existencia metafórica y virtual, sino real, que integra a la anterior. Fundir dos cosas no significa confundirlas. Y el proyecto de una ciudadanía que opere con las nuevas tecnologías debería ser especialmente sensible a ello.