sábado, 26 de noviembre de 2022
viernes, 18 de noviembre de 2022
miércoles, 9 de noviembre de 2022
miércoles, 5 de octubre de 2022
Cronenberg y la "nueva raza"
Cronenberg ha vuelto a su “vieja carne” con una serie de imágenes desasosegantes, diálogos aforísticos, blockbuster y un guion que no va a ninguna parte, ya que es lo de menos. El título accidental, Crímenes del futuro (1970) despista por la inevitable sospecha de remake y hubiera sido más apropiado poner el de Vinieron de dentro de…(1975). Efectivamente, el protagonista es siempre el mismo, el cuerpo. Un cuerpo cuyo interior, torturado, malformado, invadido, mutado por trastornos genéticos de una sociedad enloquecida tecnológicamente, emerge incontenible reclamando visibilidad e incluso belleza. Vuelta a la estética de la “nueva carne” anunciada en Videodrome (1983), a la exposición de esa “belleza interior” de las malformaciones en Inseparables(1988), abandonando la tediosa verborrea de Cosmópolis (2012).
Todo esto es cierto, pero, en cierto modo, ha quedado
obsoleto. El punto de mira no es ahora ni la vieja ni la nueva carne, sino la “nueva
raza”, esa que se alimenta, como corresponde, de lo que encuentra en
abundancia, los deshechos inorgánicos, el caos de plásticos que amueblan la
casa. Los intelectuales pueden regodearse con elogios a la basura en general(que,
obviamente, no se comen) pero la “nueva raza” es cazada por alimentarse de la
basura industrial de la que proviene. ¿De dónde ha salido esta “nueva raza”? Creo
que la respuesta sería la que dio Ballard respecto a su novela Crash
llevada al cine por Cronenberg en 1996 : del sexo con las máquinas, no
en las máquinas. Ahora se examina la posibilidad de la fusión humano máquina y
su descendencia de comedores de plásticos.
El body art cambia de enfoque, no más choques y prótesis del
sexo sino cirugía: “surgery is the new sex”. Así lo descubre la mejor actriz
que llena la película con una intensidad contenida: Kristen Stewart. Vuelta al
cuerpo como biopuerto. El homenaje a eXistenZ (1999) es icónico, nada de
aquellos textos de Sartre y Heidegger que Cronenberg daba a los actores para
que se fueran entonando. Quedan los huesos articulados, pero, sobre todo, la
consola que hace de médium para las performances de extirpación de tumores. Este
es un punto importante en medio de tanta casquería. Es un alivio que ahora esté
bien y no se ponga malita, con aquellos
chillidos que partían el alma, en una película donde, encima, nunca sabían los
protagonistas si eran reales o virtuales y, lo peor, no paraban de preguntarlo.
jueves, 22 de septiembre de 2022
miércoles, 14 de septiembre de 2022
domingo, 4 de septiembre de 2022
viernes, 2 de septiembre de 2022
miércoles, 31 de agosto de 2022
domingo, 28 de agosto de 2022
Irma Vep 2022. El largo adiós (4)
Ni la película
de 1996 es un remake de la de 1915 ni tampoco la serie de 2022 de ambas. El
concepto de remake como “nueva versión” no se aplica en este caso. Es, tomando
el título de Chandler y Altman, un “largo adiós”; si se quiere una “larga
despedida de la modernidad” posmoderna en forma de juego de muñecas rusas; pero
también de esa posmodernidad misma (broma sobre el "lesbianismo posmoderno"); es
la vuelta al mito ante la imposibilidad ya de la vuelta del mito; porque de él (pro) venimos se impone el entretiempo; en este caso una vuelta al cine mudo de comienzos del XX con su mitología de
“ha llegado el tiempo de la imagen” de Abel Gance; del séptimo arte como forma
de llegar a las cosas mismas ante la crisis de la cultura occidental; de la nostalgia
de esas primeras miradas inocentes sin contaminar que busca la generación
cercana a Assayas, como Angelopoulos en La mirada de Ulises (1995) o
Wenders en Historias de Lisboa (1994); el resultado es el estancamiento
del que solo salva el seguir rodando, viviendo; porque las imágenes, como los
libros, ya no son ahora de la realidad, sino de otras imágenes convertidas en
ideas, así se desespera René Vidal (Léaud) en 1996: Irma Vep es ya solo una "idea" y
no se puede hacer nada en cine con una idea, se lamenta; por eso en las dos
películas las personas, Maggie, Mira-Alicia, acaban siendo más importantes que
el personaje, Irma, y gracias a ellas puede el director desdoblado seguir
adelante. Y también la original Irma Vep, Musidora, renacer.
Y han sido elegidas como protagonistas
justamente por ello: son actrices de acción, artes marciales, viajes espaciales,
de entretenimiento en suma, aportando la dosis de sentido común que parece
faltar en los rodajes caóticos de la “vieja ola”. Las series (“películas
alargadas”) propiciarán la vuelta al mito, ya no solo por sus raíces en los
novelones del XIX. Las series propician con nuevos medios, inalcanzables a las películas de culto, esa transfusión de
sangre actual que salva al clásico haciendo lo imposible: que vuelva el mito. Así revive, en
ese “vampirismo”, la Irma Vep original, Musidora, convirtiendo el rodaje, no tanto en
la vuelta a otro tiempo, sino en el espacio de entretiempos, con sus imágenes recurrentes y las citas de sus diarios; salvando incluso a René Vidal del envite de lo políticamente correcto acusándoles de “sexualizar la violencia” en las escenas. El cine independiente
tampoco aparece como una alternativa, ya que "predica hasta el hartazgo", afirma Eidinger, el yo desmelenado de Assayas.
En el “largo
adiós” el tiempo fluye en los meandros del delta del recuerdo empujado por el
futuro que retrocede. Viene a la retina la imagen de un Marcelo Mastroianni
copiando un cuadro de Cézanne sobre la montaña Sainte-Victoire y siendo objeto
de mofa por parte de Jeanne Moreau sobre la inutilidad de tales intentos. Como
sucede con los comentarios jocosos de los equipos de la película y de la
serie. Pero el mismo Antonioni da la
clave en Más allá de las nubes, cuando lo que vemos no es un remake, ni
nueva versión, sino la antigua imagen idílica de la montaña de Cézanne, cercada,
contaminada, por los humos de las fábricas de ahora, ¿del entretenimiento?. El
cuadro del pasado es otro cuadro en el presente y, por tanto, muestra de la
imposibilidad de recrearlo. No se trata de la creación como recreación, sino,
nuevamente, del acto de pintar, del rodaje sobre ello, con los comentarios,
interrupciones y sin visionado de obra final. No se trata del rodaje de la obra, sino que el rodaje mismo es la obra. No hay el mapa del original para entenderlo, pues la orientación no la dan los mapas extendidos, sino las capas
intercaladas. La película ya no es una creación (término esencialista del
“arte” unívoco) sino una producción. Y ahora sí, la serie puede ser una obra de
arte, es una obra de arte, ars, de un saber y poder hacer, despojada del
mito romántico de la creación al que, no obstante, en términos coloquiales de
fiesta de pueblo, se rinde “tributo” en los diálogos.
Comencé estas
notas por el final del visionado, por el sentimiento de sentirme traicionado con
un planteamiento dialéctico cuando esperaba uno complejo. Hay, efectivamente,
una traición, pero no es la de Assayas a los espectadores con las imágenes
finales, sino la del René Vidal- Assayas a sí mismo. Es consecuente. Seguir viviendo, rodando, implica "renunciar", poner límites, decía Goethe, ser en el límite, ahora. Y así se llega al final de la serie, al “fin apacible”
(Kundera).
miércoles, 24 de agosto de 2022
Irma Vep 2022. Redención (3)
Las películas y series, ¿pueden ser hoy día arte? No, decididamente no. Esta serie, Assayas, con los numerosos diálogos sobre el tema que ha introducido en ella, con las bromas del inmenso Lars Eidinger sobre la improcedencia de la pregunta misma, acreditan que en 2022 ha pasado el tiempo de esos planteamientos esencialistas. Son discusiones sin sentido. Formas de pasar el rato hermenéutico. Por mucho que se empeñara Víctor Erice en El sol del membrillo, los modelos de artista y oficio son diferentes. Un director de cine tiene que acabar la película o no vuelve a conseguir un crédito para filmar. Antonio López sí que puede permitirse no acabar el cuadro, perseguir la obra de arte total. Arte y calidad ya no son sinónimos. Irma Vep 2022 es una magnífica serie, de una gran calidad, que muestra lo inútil hoy día de hablar sobre series como obras de arte. El papel del genio director está disponible.
lunes, 22 de agosto de 2022
Irma Vep 2022. La ambigüedad del intermedio (2)
Todo en la vida, le dice Alicia a un trastornado René Vidal, está en el “intermedio”. Con ello no señala el punto medio del espacio o de la conducta, no es el délfico “nada en exceso”, sino todo lo contrario. Vivir es ser en el intermedio, es decir, logrando estar en él, no solo en el comienzo y el final. Y eso es lo que significa para Alicia la palabra “actuar” y para un director de cine la palabra “acción”. Lo más importante en la vida, en el cine, es el rodaje, el intermedio. El mismo Assayas lo acaba reconociendo a propósito de esta serie.
Pero también es el antídoto contra la termita hermenéutica del “meta” y la “autoficción”. Viciosos de la pegatina “metacine”, abstenerse.
domingo, 21 de agosto de 2022
Irma Vep 2022. La dialéctica (1)
Cuando se acaba de ver la serie Irma Vep (2022) de Olivier Assayas, justo con las tres últimas imágenes (todo lo contrario de esta) uno se siente traicionado y modifica la opinión que se había ido formando a lo largo de los ocho capítulos: no es una serie compleja, es una serie dialéctica. Y empieza a funcionar la maquinaria de los prejuicios filosóficos, es decir, uno empieza a traicionar al cine. El tópico acude rápido: tesis, antítesis y síntesis. La erudición no descansa. No es el kantiano sino el hegeliano. La síntesis, con la última imagen, el último monólogo, es un cierre, pero un cierre en falso. Se oponen a lo largo de toda la serie los modelos del entretenimiento sin calidad y la calidad sin entretenimiento, con un ojo puesto en Hollywood y otro en la Nouvelle Vague, sin desenlace, como en la de 1996, para concluir aquí de modo apresurado en la apuesta de un entretenimiento con calidad. O quizá no tan apresurado, como veremos. De seguir una dialéctica kantiana, el resultado hubiera sido muy distinto y más satisfactorio: el planteamiento conceptual antinómico no tiene sentido, no hay tales problemas hoy día y se habrían evitado las últimas imágenes de un kitsch sonrojante. Como puede verse, no es solo que la serie acabe mal, sino que uno acaba mal, poniéndose estupendo con una sobredosis de citas para aliviar el enfado.
Mejor hacer caso
y rebobinar siguiendo el consejo de la protagonista, una Alicia Vikander en
estado de gracia.
martes, 16 de agosto de 2022
Los libros protegen
Excepcional película en el desierto de lo políticamente correcto. Muy recomendable.
jueves, 21 de julio de 2022
Habermas y los dilemas fuera de contexto (3)
Todo lo
anterior se concreta en una expresión clave que aparece en el artículo de Habermas: Zeitwende.
Se trata para él de dilucidar si el tratamiento mediático de la guerra y sus
consecuencias políticas implica el que se esté o no en una Zeitwende, en un
“cambio epocal” en Alemania. Esto es lo que realmente le preocupa, pues
significaría un cambio respecto a la política pacifista y de “diálogo” seguida
por Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Pero también de la virtualidad de su propia filosofía, de la
ética de la “acción comunicativa” para sustentarla. Y todo esto es
justamente lo que se ha puesto en cuestión para Habermas en el vídeo del
presidente ucraniano: es una enmienda a la totalidad respecto a su visión del
pasado alemán, su actitud moral en el presente y las consecuencias nefastas
para Europa, no solo para Ucrania, de la ambigua postura no intervencionista
alemana. Nunca le llama Habermas por su nombre, a diferencia de Putin,
analizado desde todos los ángulos. Pero resalta que las consecuencias de su intervención han sido la “confusión
emocional” de los diputados alemanes, el “brusco” cambio en la postura inicial
del canciller, la exigencia inmediata de acción, frente a la deliberación que
él propone, de los jóvenes de izquierda antes pacifistas. La “llamada moral al
orden”, el “chantaje emocional” subsiguiente del presidente ucraniano han
tenido éxito. Habermas no se equivoca sobre el estilo empleado:
puño de hierro de exigencia moral en guante de seda de la fórmula cortés. No solo eso.
Vayamos al vídeo. Zelenski difiere del análisis de Habermas sobre el pasado alemán y europeo: el famoso “nunca más” no ha llevado a una paz de 80 años fundada en el equilibrio del terror nuclear, sino que las guerras convencionales han menudeado en Europa, como la de los Balcanes, y la agresión de Rusia a Ucrania en 2014; estos ataques no han contentado y previsiblemente no seguirán deteniendo a un Putin empeñado en nuevas conquistas territoriales (recientemente lo ha confirmado su ministro de asuntos exteriores); Alemania ha construido un nuevo “muro” (la palabra se repite en el discurso), no ya en Berlín, sino en medio de Europa entre Ucrania y el resto de ella, entre la libertad y la falta de ella; Europa está dividida por culpa de Alemania; el motivo no ha sido político sino económico y Alemania tiene que elegir ahora entre la moral o el beneficio; este es el auténtico dilema para Zelenski; la ayuda que pide no es, entonces, solo para Ucrania, sino para la Europa amenazada por Putin; saca, por tanto, la cuestión del ámbito nacionalista en que la coloca Habermas y la pone en el europeo; frente a las detalladas crueldades con civiles y ciudades destruidas pide al canciller alemán que se pare la destrucción y se derribe el “muro”; paz es igual a libertad, no se pueden separar. La vicepresidenta del Bundestag, Katrin Göring-Eckardt enfatiza en su discurso al hilo de la sesión que Putin ha atacado “nuestro orden de paz”.
A la altura
final de esa referencia (en apariencia episódica) al vídeo en el artículo, la sensación del lector avisado es que
para Habermas todo se desmorona: el pasado alemán (tal como él lo lee), la identidad
alemana y su propia concepción de la filosofía basada en el diálogo como forma
de solucionar los conflictos. Lo "mediático” se ha constituido en una bastarda
“acción comunicativa” que sustituye la deliberación reflexiva por la inmediatez emocional, la deliberación por la acción. Los "sentimientos morales" no atienden a la necesidad de su "juicio generalizador" que los modere. Lo que realmente escuece a
Habermas del presidente ucraniano, no es solo el medio empleado, sino que haga
los reproches en términos morales; que afee la conducta actual de Alemania como
consecuencia de su conducta en el pasado; lo que era modélico se vuelve ahora
moralmente censurable. No es solo porque da una solución distinta a los dilemas de
Habermas, sino que niega el derecho moral mismo de plantearlos: ¿Se puede tan
condescendiente con las reivindicaciones de Putin después de las enseñanzas de
lo que pasó con Hitler y los inútiles intentos por aplacarle?
Habermas ni
menciona ni censura la amplia utilización que ha hecho Putin de ese “poder de
las imágenes” y examina unos argumentos cuya legitimidad niega al otro. Que,
por otra parte, sirven de poco, pues una de las palabras que más utiliza
Habermas refiriéndose a Putin es la de “imprevisible” y cómo, basándose en la
fuerza, puede trazar y, sobre todo, mover, las fronteras que separan el diálogo
de la confrontación. De hecho, para Putin ya han entrado en guerra por la ayuda
militar, aunque limitada, a Ucrania, con la agravante (se lo restriega Zelenski
en el video) de que financian la guerra contra Ucrania con el dinero que
pagan por el gas ruso.
El factor
económico sería clave en el pasado al que alude Habermas y el presente que elude. En el
pasado, el “paraguas nuclear” de Estados Unidos ha permitido a Alemania destinar
el menor presupuesto de defensa a su crecimiento económico y la excesiva dependencia
del gas ruso a un bienestar sin grandes contraprestaciones. Trump será lo que
se quiera, pero su hartazgo por la situación no dejaba de tener un punto de
razón: Estados Unidos pagaba la seguridad alemana y encima, como ocurría con
buena parte de intelectuales en el resto de Europa, tenían que aguantar desde
la Segunda Guerra Mundial un antiamericanismo de buen tono. Biden ha recogido
los frutos y no le ha costado nada hacer que aumenten sustancialmente el
presupuesto de defensa. Esto ha sido algo más que “errores de gobiernos
anteriores” que dan pie lugar al “chantaje moral” del presidente ucraniano. La
paz a la que alude Habermas ha sido financiada por otros que, o se han cansado
ahora o son, por otra parte, los que realmente están haciendo chantaje con el
gas.
El problema
respecto a los jóvenes alemanes (y no solo ellos) es que Habermas ofrece
procedimientos binarios, no soluciones y los dilemas entorpecen o las hacen
imposibles. El dilema de que se está entre la espada y la pared, entre dos
males, derrota de Ucrania o escalada nuclear, no se sostiene con la referencia
a ese pasado al que alude Habermas: ha habido guerras sin intervención nuclear,
tensiones como la de Cuba que se resolvieron cuando se demostró firmeza. Teniendo
en cuenta todo esto, vale poco la apreciación de Habermas de que, al contrario ha sido una decisión "moralmente bien argumentada" la no participación en la guerra. Porque,
efectivamente, se estaría ante el dilema de dos males: o dejar a su suerte a
las víctimas de Ucrania o desencadenar una escalada militar cuyo posible final
sería una guerra nuclear. La experiencia enseñaría, según Habermas, que nadie
puede ganar, luego ambos deben “salvar la cara” mediante el diálogo y la
negociación. Lo contrario es “el fin de un modo de practicar la política
alemana enfocado al diálogo y la salvaguarda de la paz”. También su modo de
entender el papel de la filosofía. Para el presidente ucraniano, el contexto de la posguerra
ha cambiado: cuando alguien te invade, se apropia de tu territorio, mata a civiles
inocentes y destruye el país, no ofrece ni ha lugar a situaciones ideales de diálogo y
diplomacia, sino que queda únicamente la defensa y la supervivencia.
La amenaza
nuclear no fue disuasoria en la guerra fría, como tampoco lo es ahora. Ha habido
guerras entremedias, con vencedores y vencidos. Los atentados islamistas, con su
fuerte carga de fanatismo e irracionalidad, mostraron cómo se crecían ante un
Occidente debilitado por su autocrítica constante a los fundamentos de su
tradición. Ante la agresión rusa y su argumentación falaz, los pacifistas de antes
no quieren poner la otra cara de la deliberación. Tampoco aceptan el dilema
fundado en el análisis binario de que frente a la acción directa de la presión
mediática y las armas estaría la deliberación y el diálogo. Y sí, la cuestión
de fondo es que Europa, si quiere ser de verdad independiente, no ser invadida
ni destruida, preservar sus valores, tiene que financiar y equipar su propia
fuerza militar.
El “cambio de era” es un cambio de paradigma. Habermas
plantea claramente el “conflicto” entre esas dos generaciones, la de la guerra
fría y la de los jóvenes alemanes que no la han vivido, sin dejar de reconocer
que la actitud postheroica y antinacionalista de diálogo y acción comunicativa
ha sido posible gracias al "paraguas nuclear" americano. Y es una factura que hay que pagar. Dolor por el sufrimiento
de las víctimas pero sin poner en peligro la “bien fundada decisión de no
participar en esta guerra”. La “meditada solidaridad” de Habermas parece quedarse en el
buen deseo y actitud moralizante de que "Ucrania no puede perder esta guerra" con
el que acaba el artículo. Y, ¿por qué no ganarla? No solo para ella, sino también para Europa y quizá incluso para Alemania.
viernes, 15 de julio de 2022
Habermas y el "poder de las imágenes" (2.2)
A veces, como
en este caso, la “mayoría de edad” en filosofía va acompañada de una “minoría
de edad” en imágenes. Evidentemente, estas expresiones son una paráfrasis de
Kant, uno de los referentes de Habermas que se ha citado en la polémica
generada por su artículo. Utilizo estas expresiones kantianas con un fin
distinto para señalar que quienes propugnaron en su momento la necesidad de una
ilustración en el pensamiento se han olvidado de la urgencia también ahora de
otra ilustración en imágenes, de, permítaseme seguir con la referencia, de una
“Crítica de la imagen pura”; de, siguiendo a Kant, la necesidad de “orientarse
en el pensamiento” (no dice “filosofía”) pero también en lo perentorio de
orientarse en las imágenes, de proseguir el proyecto moderno, frente al
posmoderno, en un pensamiento en imágenes. El no hacerlo significa permanecer
en una minoría de edad icónica que se podría calificar también con Kant de
“culpable”, pues existen los medios, pero falta la voluntad. Así, contentarse
con rechazar intelectual y moralmente al nazismo sin haberlo analizado y
comprendido icónicamente me parece un grave error, una de cuyas consecuencias
es, como he intentado demostrar en libros colgados en este blog, el posfascismo
posmoderno, especialmente floreciente en las democracias. Y confundir los
métodos en el uso de las imágenes, el camino para orientarse en las imágenes,
deja algunas víctimas en el camino, una de cuáles es el presidente ucraniano
por la inapropiada alusión de Habermas.
Esto no es
nuevo. A pesar de sucesivos intentos posteriores de actualización de la Escuela
de Frankfurt es conocida la alergia de Adorno al cine y a ese tipo de imágenes.
Tuvo consecuencias. Llama la atención que quien se reclama como discípulo suyo,
Alexander Kluge, (citado en este artículo por Habermas) cayera en la trampa de
la estética política nazi con las mejores intenciones de denunciarla.
Recomiendo un visionado de su Brutalität in Stein (1961), accesible
en You Tube. Cree que una labor de estética política eficaz es poner subtítulos
de racionalidad crítica a unas imágenes de arquitectura sublimes concebidas por
el dictador Hitler y el arquitecto Speer como “construir para la ruina”, es
decir, para que cuando ya no estén se maravillen otros pensando qué grandes
tenían que haber sido quienes hicieron cosas de las que quedan ruinas tan sublimes. Es
un hecho elemental, señalado por el moderno Schiller, que en estética las
imágenes de fuerza triunfan sobre las ideas de moralidad y que no tiene sentido
para condenar algo, poner una imagen fuerte acompañada de una reflexión
edificante. Estamos programados biológica y neuroestéticamente para
identificarnos emocionalmente con la primera y desatender a la segunda. El
cerebro tiene que reproducirla para comprenderla.
Para decirlo en términos de la tradición moderna de Habermas, la educación, formación, Bildung, exige una formación también en imágenes, Bilder, para poder orientarse en el mundo en el que vivimos. No basta con mirar para otro lado y condenar “el poder de las imágenes”. El resultado, nuevamente Kant, es una “ignorancia culpable”. Las alusiones generacionales de Habermas al final del párrafo no alcanzan solo a las desiguales destrezas icónicas de unos y otros por razones de edad, a que unos sean más o menos impresionables por su "impacto". Implica algo más y explica, en parte, la indignación que siente por las reacciones aparentemente contradictorias ahora de los más jóvenes. En Alemania llevan décadas los jóvenes creadores reescribiendo su historia en imágenes tanto en películas como en series con resultados sorprendentes y al margen de la “disputa de los historiadores”. Basta con visionar películas del llamado “nuevo cine alemán”, de Petzold y Farocki, series como Babylon Berlin o Deutschland 83,86,89 y otras más para darse cuenta de que el pasado alemán se vuelve más complejo e impide ver el presente solo bajo el prisma filosófico de lo binario y los dilemas.
miércoles, 13 de julio de 2022
Habermas y el "poder de las imágenes" (2.1)
Si al comienzo
de este comentario dije que me iba a acercar desde la estética política al
tratamiento filosófico de los dilemas
por parte de Habermas no ha sido por falsa modestia ni por abordarlo de modo
lateral y en escorzo. Todo lo contrario. No es para aventurar una frágil
hipótesis, sino para sustentar una tesis fuerte: los contenidos del artículo
vienen determinados por el lenguaje empleado y de ahí la importancia del
análisis del primer párrafo. O para decirlo en otros términos: Habermas emplea
un lenguaje emocional para verter unas reflexiones pretendidamente solo
racionales. Está en su derecho, pero no en censurar entonces su uso en los
demás. Pide sosiego a los otros, pero como reza ya en el título del artículo
(“Guerra e indignación”) él también está “indignado”.
El lenguaje que
emplea Habermas en este primer párrafo entra de lleno en algo que conoce muy
bien de la Escuela de Frankfurt y es, en palabras de Adorno, la “jerga de la
autenticidad”, título además de un opúsculo suyo. Aunque en él se analiza la “jerga”
de Heidegger como paradigma de un nazismo vacuo y decisionista, lo cierto es que
la “jerga de la autenticidad” es un procedimiento de manipulación emocional
usado tanto por Sartre como Heidegger, por dictaduras y democracias, derechas e
izquierdas. Es el reino de lo que se ha denominado como los “significantes
vacíos”. Con la jerga de la autenticidad uno puede estar mucho tiempo (yo lo he
comprobado) haciendo afirmaciones contundentes, cuanto más abstractas, mejor,
que hacen vibrar a un público, mientras que a otro le resultan ininteligibles e
indiferentes. El objetivo no es informar, sino conmover, mover para hacer algo. Por
eso es una jerga, es decir, inclusiva y excluyente, solo para los que están
sintonizados en la misma onda emocional, que no tiene que coincidir con la reflexiva.
La pregunta ahora es la siguiente: ¿Cuáles son esas frases en el texto de
Habermas? ¿Cuál es la sintonía?
Vayamos a los tres ejemplos que cité en el post anterior. Tras unas líneas no exentas de palabras grandilocuentes vienen: “La presencia mediática de los acontecimientos de esta contienda domina nuestra vida”. La traducción está bien, pero hay dos palabras que suenan más fuerte en alemán, “beherrscht”, domina en el sentido de control total, y “Kriegsgeschehen”, contienda, pero no se trata de una cualquiera, sino de acontecimiento bélico, como luego precisará el traductor en nueva versión de la misma palabra alemana. Cuando habla Habermas de presencia mediática suena algo así como en general, pero se está refiriendo a algo concreto, no a la presencia mediática de los periódicos, que él mismo suele utilizar, sino de las imágenes y las redes sociales. Habermas, como otros, no está en contra de la presencia del intelectual en (esos) los medios, sino del intelectual mediático, el que utiliza los nuevos medios. Por tanto, la palabra “presencia” se refiere al modo de “presentación” de esos acontecimientos en el sentido de “mediático”, domina de tal forma que no da lugar a la información, ni a la reflexión, ni a tomar decisiones adecuadas. Lo mediático unido, pues, a los nuevos medios y especialmente al “poder de las imágenes”.
La
descalificación de Habermas encuentra una sintonía, no solo en los “más viejos”,
a los que se refiere al final del párrafo, sino en todos aquellos que han empleado
y emplean la “jerga de la autenticidad” cuando se refieren a los nuevos medios,
y que puede resumirse en una palabra que emplea Habermas y otros muchos, “impacto”:
información apabullante y desinformadora, “poder de las imágenes” que se
traduce en la famosa expresión de que padecemos una “sobredosis de imágenes”. Bukovski
se asombraría ahora de que su feliz asociación de imagen y droga continuara
teniendo tanto éxito. La emplearon en los años 80 del siglo pasado con lo
digital y lo emplean ahora viejos conservadores y nuevos conversos de la
izquierda que antes defendían lo contrario, ya se sabe, de la vida en la
pantalla a la soledad de todos juntos en la pantalla. Nuevamente, el uso se
descalifica como abuso, el proceder como totalitario, heredero de otros
totalitarismos.
En esto coincide Habermas con ellos, con más
conocimiento de causa, justamente por ese factor generacional. La utilización
del “poder de las imágenes” ha sido el proceder favorito del nazismo en Alemania.
La frase “el poder de las imágenes” tiene una siniestra historia en Alemana
unida al nazismo y la Segunda Guerra Mundial. En 1993 se estrenó el
impresionante documental El poder de las imágenes de Ray Müller sobre
Leni Riefensthal, la tildada como cineasta del Tercer Reich. La frase ha
quedado asociada a la manipulación emocional icónica propia de los
totalitarismos. El documental de la directora, ya sea sobre el Congreso del
Partido o los Juegos Olímpicos, se convierte en publicidad y esta se revela
como un instrumento eficaz de la propaganda política. El pobre presidente
ucraniano, que se defiende desesperadamente con el único “poder de las imágenes”
para pedir ayuda, no sale bien parado en esta asociación de Habermas. La posible
razón de sus demandas queda contaminada por la supuesta irracionalidad del instrumento
utilizado. ¿Irracionalidad?
lunes, 11 de julio de 2022
Habermas y la guerra de Ucrania (1)
El pasado 29 de abril publicó Habermas un
artículo en el Süddeutsche Zeitung con el título de “Guerra e
indignación”. Sus reflexiones en torno a la guerra de Ucrania ahí vertidas han
provocado una polémica que sigue durante estos meses. Lo que nadie discute es
su talla como filósofo, tampoco sus valiosas contribuciones en diferentes
tiempos al tratamiento de problemas que afectan al mundo contemporáneo. Así, la
disputa con Sloterdijk sobre las tesis que exponía en “Normas para el parque
humano, una respuesta a la Carta sobre el humanismo”, conferencia de
1999, aparecida luego como libro en el 2000. Más allá de la hermenéutica
detallada de los contenidos (que ya hice en su momento) lo interesante ahora es
subrayar el esquematismo de su recepción: del texto de Heidegger el dilema de
que hay que decidirse por el hombre o por el Ser; de la propuesta de Sloterdijk
el dilema que extrae Habermas: o humanismo estéril o mejora genética, lo que le
acercaría peligrosamente al biologismo nazi del pasado. Entonces me preocupó la
imagen tan pobre del humanismo, cuando no inexacta, que tenían esos filósofos,
tanto el de la Selva Negra, como el mediático o el postfrankfurtiano. Ahora, y
es el sentido de estas próximas entradas del blog, lo que no me convence es el
método que siguen usando: los dilemas.
sábado, 2 de julio de 2022
sábado, 11 de junio de 2022
(per) versiones del humanismo tecnológico (4)
No hace falta demonizar a las tecnologías para proponerse como salvadores, basta con tener en cuenta todas las aportaciones ciudadanas(utilizándolas como herramientas) a los ámbitos de la educación, la cultura, el arte, las biotecnologías, la medicina etc. La condena de abusos no debe llevar a la demonización de los usos. Desde Ortega ha habido en España una tradición de humanismo tecnológico, ilustrada, que no ha caído en las trampas de lo binario, de las ilustraciones parciales, de tener que elegir entre el “Leviatán tecnológico” de Hobbes o la “democracia liberal” de Locke. Hay más ilustraciones y modernidades.
En línea con otros arrepentidos/as que antes vivían en la pantalla y ahora que están todos se sienten solas, arrecian sus críticas al totalitarismo de lo digital. Naturalmente, hay la salvedad de que en modo alguno se reconocen como negacionistas, pero no hay más que medir el espacio en los libros consagrado a la descalificación de los abusos que las tecnologías (ellas) cometen con nosotros y el destinado a destacar los beneficios del empleo correcto y responsable. Es sintomático que se siga prolongando el discurso distópico de lo que hacen con nosotros y no se destaque en igual medida lo que también desde su nacimiento hacemos con ellas; no subrayan que todo depende de nosotros en vez de que todo depende de ellas.
Si partimos de que somos seres tecnológicos, ciudadanos que usan tecnologías, ese tipo de crítica a las tecnologías es un disparate y una mala herencia de la Escuela de Frankfurt, de la llamada teoría crítica. Si se puede hablar de una teoría crítica digital tiene que serlo de los sujetos que usan tecnologías no de las tecnologías que usan a los sujetos al estilo de las distopías ciberpunk de los 80 y 90. La crítica total a una totalidad estetizada se les vuelve en contra. En esa inversión de los sujetos cabe ver una metamorfosis del determinismo tecnológico: un presente agobiado, preludio de un futuro peor e irresponsable. El humanismo tecnológico menos perverso es el de la responsabilidad pública ciudadana basada en su capacidad de decisión sobre su presente y futuro en el marco de la ley, no en una ética privada de la ejemplaridad y dignidad humanas, buenistas, con más que sobrados ejemplos de corrupción a todos los niveles.
Yo creo que solo con las utopías limitadas nos salvaremos de las distopías ilimitadas. Todo depende de nosotros. Las tecnologías (ellas) en ninguno de los dos casos cambiarán la existencia. Al imaginario del control ilimitado, distópico y dictatorial se contrapone ahora el control utópico, limitado, ciudadano. Lo digital, que se demoniza como una tecnología de dominación, se ha revelado desde hace décadas como una extraordinaria tecnología asistencial. Y no es cierto que por parte de las tecnologías se hurte a los seres humanos la decisión ciudadana, son las instituciones quienes suelen hacerlo. En este caso, el uso de lo digital es lo más opuesto al cambio, especialmente en la educación. Firmar electrónicamente no equivale a ser más capaces de decidir que con la analógica.
En vez de ponernos estupendos estéticamente cuando hablamos de nuevas tecnologías, ¿no sería más sensato reclamar el gris complejo y ambiguo de la teoría?
jueves, 9 de junio de 2022
martes, 7 de junio de 2022
(per)versiones del humanismo tecnológico (3)
Primero unas consideraciones generales y dejo para otro
día la mención específica a España.
Aprovechando la pandemia los peligros parecen haberse multiplicado:
la antítesis virtual/real finisecular se ha rejuvenecido con la próxima pérdida
total de la presencialidad en la disolución on line; el control digital a
través de nuestras pobres huellas de usuarios no deja escapatoria; el sin dios
de las redes sociales es la ley de la selva; las grandes plataformas se lucran
con nuestra sangre digital y monetaria dejando pálidas las distopías ciberpunk.
Son minucias que el éxito de la vacunación haya combinado la presencialidad de
admirables sanitarios con grandes bases de datos que hicieron posibles las llamadas y emisión de
pasaportes digitales, que las redes sociales hayan paliado el encierro físico y
mantenido la comunicación, que las biotecnologías hayan posibilitado en poco
tiempo las vacunas…, El caso es quejarse. Sin embargo, tamaña ceguera en el
pretendido humanismo llorica no es casual y da que pensar.
Forma parte de un contexto más amplio que pervierte el
humanismo tecnológico cuando se apresta a defenderlo. La ignorancia del
humanismo clásico y moderno (más allá de cuatro citas), la carencia de una
teoría de las tecnologías ligada a su complejo uso en el presente, el sesgo en
los análisis y la globalidad descalificatoria en las conclusiones arrojan
serias dudas sobre la validez del método empleado: una crítica totalitaria de
la totalidad. Es decir, antihumanista. No hay que confundirse cuando conceden
que no todas las tecnologías son malas, que todavía puede haber remedio, que
tiene que haber un pacto. No hay que confundirse, no están reviviendo el
proyecto humanista e ilustrado de McLuhan de “pilotar” y “torcer” el signo de
las tecnologías mediante el arte, creando nuevos entornos.
Aunque, como
veremos, se trata de una cuestión de estética política. Con una trampa lingüística
que, no por repetida, es más evidente. Todo lo contrario.
viernes, 3 de junio de 2022
(per)versiones del humanismo tecnológico (2)
En la segunda mitad del siglo pasado (y todavía ahora) hubo un descrédito de la palabra humanismo por identificarlo con una visión antropocéntrica de dominio, basada en antecedentes como el mandato bíblico de dominar la tierra, el hombre medida de Protágoras, el hombre “camaleón” de Pico della Mirandola, centro del universo y capaz de infinitas posibilidades identitarias, con una dignidad proveniente de su creación a imagen y semejanza por dios y, sobre todo, insistían, por la raíz cartesiana, como tecnologías de la mente, de la razón. Basar las tecnologías en la dignidad humana podía llevar inevitablemente a los excesos del “moderno Prometeo”. Las críticas a esta visión antropocéntrica provenían especialmente de las grandes autoras estadounidenses con magníficas obras sobre tecnologías que la identificaban como machista y depredadora de la naturaleza. No ayudaba la conversación de Nixon con los astronautas que fueron a la Luna en la que se invocaba el mandato bíblico del “y dominad la tierra” como justificación de la colonización espacial.
En Europa la situación era, cuando menos, penosa. Había toda una tradición, que llega hasta hoy, de Jeremías y Casandras de las nuevas tecnologías que, atenuada en sus descalificaciones para no parecer demasiado carcas, enumeraba con delectación morbosa todos los peligros que comportan, desde el control panóptico a la desaparición del libro, de papel se sobreentiende, aunque se lea más que nunca, en digital. Me curaron de espanto los escritos sobre la técnica del ultra conservador Ellul de gran predicamento en USA, el “terrorismo tecnológico” de Baudrillard y Virilio. De este último es la tranquilizadora hipótesis de que cada nueva tecnología encierra la posibilidad de un accidente. Su morbosa enumeración en todos ellos no oculta propósitos de autopromoción, de vendernos algo. En España, por las mañanas nos ameniza los desayunos una compañía de seguridad insistiendo en la posibilidad de que te entren en casa y desde luego el riesgo es inminente en tu casa de la playa (que todos tenemos). Una voz, generalmente femenina, dice que se “queda muy tranquila” porque ya le han instalado la alarma. Pues eso, algunas versiones del humanismo tecnológico se ofrecen ahora como empresas de seguridad frente a la deshumanización tecnológica que nos invade. Solo falta que le pongan la palabra “lacra” para caracterizarla, éxito asegurado.
martes, 31 de mayo de 2022
(per) versiones del humanismo tecnológico (1)
"Que veinte años no es nada", dice el viejo tango de Gardel. Según para qué y para quién. En mayo del 2000 publiqué en Revista de Occidente el artículo “Ortega y la posibilidad de un humanismo tecnológico”. Destacaba que, frente a sus compañeros de la generación europea del 14, ofrecía pensando en español una valoración positiva de la técnica. Pero lo que me impresionó más en ella fue la continuidad de su temprano proyecto de superación del idealismo al intentar fundamentarla. Ya no tanto o solo en su conocido texto del año 30, Meditación de la técnica, como en el seminal El mito del hombre allende la técnica y otros de los años 50. En estos años, frente al dilema planteado por Heidegger en el 47, en su Carta sobre el humanismo (hay que elegir entre el hombre o el Ser) Ortega elegía al hombre. Con una particularidad, no desde el discurso idealista de la dignidad ontológica humana, al estilo de Pico della Mirandola, antropocéntrico, sino, más bien, desde el discurso humanista de nuestro Fernán Pérez de Oliva, de la indignidad humana, consecuencia de su modo de estar en el mundo y su desvalimiento subsiguiente, fuente de compasión y solidaridad humanas. Era otro estilo de modernidad, que desmontaba el tópico de “era de la razón” en favor de la imaginación, la auténtica y gran facultad de la modernidad. También vinculaba la técnica, no al dominio, sino a la menesterosidad. En esos últimos años Ortega definía a la cultura como el esfuerzo natatorio para mantenerse a flote en una vida concebida como naufragio. Y la técnica ya no era tanto, como en los años 30, la creación de “sobrenaturalezas” (con las que, en vez de adaptarnos a la naturaleza, la adaptamos a nosotros) sino la creación imaginativa de nuevas realidades para sobrevivir.
¿Significaba todo esto un intento de “actualizar” a Ortega como patrón de las nuevas tecnologías digitales?
martes, 24 de mayo de 2022
viernes, 20 de mayo de 2022
sábado, 14 de mayo de 2022
El libro de todos los amores
“¿Es, en suma, ese nuevo amor al que hemos llegado tras
alcanzar su precio cero un ser inédito, un monstruo nunca visto ni imaginado,
una criatura que de poder ser observada nos moriríamos ipso facto de susto y
placer, de horror y éxtasis, de perfecto odio y perfecta unión? […] El amor de
lo pura y absolutamente desconocido para nosotros los humanos. El amor de lo
radicalmente otro. (Amor cero)
“El esfuerzo que hay que hacer para que el amor emerja a la ficción como sentimiento creíble es casi infinito” (Amor monstruo).
Ese panorama cero es un libro de micrologías, una cartografía de los amores en
la que se encuentran el remoto futuro del Apocalipsis y el remoto pasado del
Génesis. Pero el “Gran Apagón”, no es en rigor una distopía, ausente en estas
del amor que salva, tampoco una fácil regresión bíblica de romanticismo
genesíaco, siendo los contrapuntos entre él y ella (“plata y rubí”) recuentos
de un sexo sin pudor y vergüenza adánicos, de un amor táctil, algo novedoso en
el conjunto de la obra de Agustín Fernández Mallo. El Adán y Eva que surgen de
las ruinas de Venecia no provienen tanto de la ciudad física desmoronándose
como de la ficción de la bola de nieve que la encerraba y ahora, hecha añicos,
libera. El final es otro comienzo distinto del bíblico, el Amor sin
culpa, que no nace de la ruina de la culpa bíblica sino que es anterior a ella,
sin ella, el Génesis antes del Génesis. La culpa ha sido la ruina estéril del
misticismo romántico. No he encontrado en la cartografía del libro “Amor
místico”. Tampoco hace falta, pero es significativa la ausencia.
Más que una “novela filosófica”, como se anuncia en la
faja, sería una “fantasía exacta” de Agustín Fernández Mallo, “como un ratón en
la nieve, tratando de encontrar el corazón de una idea que me ayudase a
procesar lo visto y oído”. Es casi palpable en el libro la ebullición creadora
a la que está sometido el autor constantemente, la lucha tratando de procesarla
conceptualmente a través de la ficción. Al contrapunto se une el retorno, quizá
mejor, la espiral. Agustín no se olvida tampoco ahora de Trastorno de
Thomas Bernhard, de esa lucidez al borde, pero antes, de la locura en los
magníficos soliloquios del “embajador”, la clave. Esto configura una forma de
hacer que se hace todavía más patente en esta última entrega. Lejos de la
tuberculosis de lo rizomático (antiguas querencias teóricas) se menciona aquí
una y otra vez la experiencia gozosa de un pensamiento “enredadera”. Eso no parece filosofía. Es la posibilidad que emerge tras su ruina.
Merece la pena detenerse en ello. Este libro es una obra
sinestésica, poliestética, en la que entran en juego todos los sentidos al servicio de una sensibilidad cognitiva… de los objetos. Aunque afirma,
y tiene razón, que el gusto no es una cuestión estética, sino de supervivencia,
lo cierto (diría el personaje del profesor de latín) es que “sabiduría”, saber, viene
de sapere, de gustar, de que sabio, como ya dijo el poeta Petrarca criticando a los filósofos medievales, no
es el que cita más libros, sino el que tiene el gusto de las cosas, el que es
capaz de paladearlas conceptualmente, aunque sepan amargas. El gusto es el
único modo de supervivencia cultural: que te guste incluso lo que no te gusta,
pero que aprecias. La sabiduría es agridulce. El gusto de las cosas… pero, ¿de
qué cosas?.
Parecería que Fernández Mallo se contrae en algunos
momentos. Destacado como un pionero en la literatura de las nuevas tecnologías
en español (Jara Calles) expresa ahora ciertas reticencias: “No es el «Internet
de las cosas» lo que nos salvará de la soledad individual, sino el amor de las
cosas”. Pero no es el escrito de un viejo/a arrepentidos, muy común en nuestros
días, sino el testimonio de una fidelidad sin desengaños: Agustín ha sido
siempre un usuario que ha tomado a las tecnologías como herramientas, solo eso,
como aquellas que prometían aquello que cumplían: “hágalo usted mismo”. Hay que
recuperar los vídeos con el móvil de su peregrinación a la Spiral Jetty, al
lugar en que enloqueció Nietzsche, o el que le sigue en la “directísima” hacia
la cabaña de Wittgenstein: allí siempre aparece el humilde objeto sorpresa, el
cartucho gastado tras una tapa, la hoja volandera o el clavo escondido. En los
vídeos se oyen sus pasos, se ve la punta de los zapatos, testimonio de esa
necesidad de estar ahí. Hasta cierto punto. No es el viajero romántico. Llama
la atención que quien se ha pateado medio mundo, colgando sus zapatos en el
mítico árbol, renuncie a acercarse físicamente a Passaic, a cuatro pasos, por
pereza, y prefiera hacerlo on line. Para eso están también las tecnologías.
La enredadera, este libro, es la metáfora, expresión, del
Amor expansión, “planta enredadera cuyo destino es crecer sin tregua;
mejor dicho, sin remedio”. La característica de la enredadera es que no se
opone sino que se expande. No es “anti”, una forma deficiente de ser, sino que
suma, y en ello no está la sumisión, sino la diferencia. Tampoco es un
pensamiento dialéctico, estilo escuela de Frankfurt, sino platónico, de ese
Platón genérico que según Whitehead tiene a la Historia de la filosofía como
una nota de página. El cero, el no ser, no es la Nada, sino lo otro, ser otra
cosa, dice en el Sofista. En vez del “es” magro de la definición, es ser
esto y lo otro. Uno se describe, por lo que no es, el concepto más allá del
concepto, la ficción, la “fantasía exacta”. El no ser es el ser que se expande.
Más allá de la etiqueta de la “complejidad” y lo “relacional”.
Tengo la impresión, quizá infundada, de que Agustín con
este libro da un paso más en el método, en el camino, viendo agotados ciertos
paradigmas (Cortázar, Foster Wallace) algo que pudo producirse también en su
obra: las variaciones sobre lo mismo que pueden convertirse en lo mismo sobre
las variaciones. Pero ser “entre” significa tener en cuenta eso, dado por
categóricamente agotado y salvarse en lo “otro”. A ello apunta el Amor cero
antes citado, pero intentemos rebajar la seriedad de la cita. Recreemos la habitación del autor: un
cuarto de hotel con el canal de publicidad silenciado; aeropuertos que insiste
en llamar “no lugares” (hay una anécdota impagable en su obra sobre el no
aeropuerto inclinado de Salamanca); dejemos que se aleje de Jameson: “El así llamado capitalismo tardío no
es tal. El capitalismo no ha hecho más que empezar. (Amor capitalismo)”.
Todavía se puede escandalizar más a poetas que acaban de descubrir el marxismo
académico rentable: “el dinero es el objeto más poético que existe”. Decididamente, no le demos más vueltas, es una
“novela filosófica”.