Fassbinder recicla todo en una estética del exceso y del glitch. Lo segundo es un camino a Upload, lo primero una marca propia inimitable que lo distancia. Si en la reciente serie predomina el look Gran Hotel Budapest para alojar el mundo virtual los dos capítulos de la suya incrustan en el mundo futuro el Berlín de la Potsdamer Platz, de las mujeres estilizadas y enigmáticas de Kirchner, sus cafés y cabarets, las canciones, Lili Marleen, homenaje a la Dietrich incluido.
Hay una gran libertad visual, que disfruta con la provocación, no inhibida por lo políticamente correcto que es uno de los mayores problemas de Upload a pesar de los guiños irónicos. La retórica del exceso hace que los personajes no sean creíbles desde el punto de vista narrativo pero muy potentes visualmente, con declamaciones enfáticas y robóticas en los diálogos (que, por otra parte, se agradece, ya que no se comen las sílabas como sucede ahora, especialmente en el cine español) rebajando la solemnidad de los mismos y con movimientos frenéticos en Stiller que descoyuntan la acción narrativa. El espectador no se identifica con ellos, se ve desubicado en el espacio y tiempo (sin llegar al sindiós de Lost) pero no puede dejar de admirar la composición de cada cuadro, de lo que, en definitiva, es un puro ejercicio estético. A ello contribuye lo vertiginoso de los encuadres angulares tanto en los picados como contrapicados.
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