sábado, 25 de octubre de 2025

Sandeces distópicas de Byung-Chul Han


"También he advertido en muchas ocasiones sobre los peligros de la digitalización. En realidad, nos hemos convertido en la herramienta del smartphone. El smartphone nos utiliza a nosotros y no al revés. Y no es el smartphone nuestro producto sino que nosotros mismos somos su producto. El ser humano suele convertirse en esclavo de sus propias creaciones".

Cualquier persona con un poco de sentido común le respondería que si se convierte en herramienta o esclavo del smartphone será porque él quiere. La sugerencia de convertir al móvil en un nuevo Frankenstein resulta patética. ¿Por qué lo hace? Por aquello mismo que denuncia: titulares para la venta. Pocas veces la filosofía había caído tan bajo como con este sujeto.

Es interesante el visionado de las caras con que se recibe este mensaje. Me recuerda en el otro extremo la reflexión de Bostrom sobre a quién interesan las distopías tecnológicas: las distopías son el lujo esteticista de una clase social aburrida y deseosa de emociones fuertes. En términos de Burke: "un horror delicioso". 

viernes, 24 de octubre de 2025

Juan Antonio Madrid. El suelo del sapiens. Dormir nos hizo humanos (3)


Comencemos por el método del libro. Lo primero que puede decirse es que se trata de un excelente libro de divulgación escrito por un gran comunicador, con la virtud de que al leerle se le oye y viceversa. Aunque no estamos, sin embargo, ante un libro de divulgación científica, al menos no solo eso. Porque si solo fuera eso no llegaría a tener el gran éxito que es presumible. Juan Antonio Madrid es un especialista, catedrático de Fisiología, especializado en cronobiología del sueño. Su libro no se limita a trasladar en lenguaje más asequible a los legos el resultado de sus experimentos, sino que también generaliza sobre otros asuntos y, dicho coloquialmente, “imparte doctrina”. Teoriza sobre el (remoto) mundo y tiempo que fueron, el presente no halagüeño y un futuro distópico a pesar de sus recomendaciones, muy valiosas, por cierto, como veremos. Huelga decir que es lo que se espera de él, lo mismo que ocurre con otros grandes especialistas. El pensar nunca fue (y ahora menos que nunca) patrimonio de los filósofos.

Lo llamativo es la base de la argumentación de esas teorías. ¿Científica? ¿Cultural? ¿Personal? Algo de todo eso hay y así encontramos en el libro una serie de capas que se van permeando a través de la división en capítulos: experimentos, citas culturales y, especialmente, titulares, sembrados a lo largo del texto o convenientemente rotulados. Es inútil señalar que la mezcla de todo ello pueda provocar el silencio de los científicos, el recelo de los especialistas en cultura y el entusiasmo desmedido del gran público que vibra con el tema y, sobre todo, con los titulares. ¿Hay alguien que no se sienta interpelado cuando de entrada oye o lee la frase “dormimos poco y mal”? A partir de ahí sobran los experimentos, aburren las divagaciones culturales y llega la hora de las recetas. ¿Qué me aconseja? El libro está lleno de consejos. Pero no hay que confundirlo con uno de autoayuda.

Simplemente se ha logrado aquello que, de una u otra manera, se pretende con la comunicación escrita, una emoción que se traduce en un sentimiento: “De te fabula narratur”. Está hablando contigo, de ti. El libro seminal de Descartes Discurso del método para conducir bien su razón y buscar la verdad en las ciencias, (abreviado, Discurso del método) cifró su éxito, no tanto en la exposición y argumentación de las reglas del método, cuanto en el primer capítulo. En él narraba sus cuitas en la educación estéril del saber tradicional con los jesuitas de La Flèche: no solo no aprendió nada, sino que lo hicieron más ignorante todavía. La experiencia personal se convirtió en generacional y atemporal. Es el éxito de la comunicación: hacer de lo particular universal, reconocerse en ello, porque no solo es verdad lo que se dice, sino que se siente como auténtico.



Vamos a analizar esas tres capas del libro.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Juan Antonio Madrid. El sueño del sapiens. Dormir nos hizo humanos (2)



Llego al final del libro y leo: “Quiero pensar que este libro que tienes en tus manos, un pedazo de información analógica, impresa en unas hojas de papel, sea como un pequeño acto de resistencia”. Y me quedo cortado. No sé qué decir. Estoy leyéndolo cómodamente en la edición digital que he comprado y descargado, en un Kobo Stylus de tamaño grande que me ha permitido disfrutar y trabajar sobre él subrayando, anotando, escribiendo ideas en las libretas de que dispone…Unas páginas antes ya me había sentido algo incómodo al no poder compartir su entusiasmo por las degradadas fotografías color sepia y su desesperación por los miles fotografías digitales hechas a lo largo de años y que dice no saber dónde guarda. Por el contrario, la posibilidad de guardarlas en un disco duro ha supuesto, al menos para mí, la ocasión de impedir que el difuminado en el papel por su obsolescencia no propicie también el desvanecimiento del recuerdo. Las fotografías en papel no toleran bien su exposición a la luz natural y agradecen el refugio de la cueva digital.

La predilección por el tono sepia no es casual y ya se avanza en la portada del libro como anticipo de contenidos. Por momentos estos se tiñen de un tono poético de nostalgia de niñez y vidas de ancestros junto a un anhelo esperanzado de un mundo mejor, dentro de lo que cabe. Este consiste, efectivamente, en una serie de micro actos de resistencia en forma de consejos para revertir de alguna manera todo lo que hemos perdido en calidad de sueño y de vida desde la Revolución industrial, ya sea por las jornadas laborales que no respetan el descanso y también por los dispositivos tecnológicos de todo signo que lo dificultan. O, en sus propios términos, lo que está en juego es “el conflicto entre nuestra herencia biológica y el mundo moderno” (p.51 ed. digital).

Este libro es el sueño diurno de un sueño nocturno. Así la dedicatoria: “A quienes sueñan con un mundo mejor y despiertan cada día para intentarlo, aunque sea un poco, aunque parezca imposible, aunque nadie más lo vea”. Ha sido inevitable recordar el libro de Bloch El principio esperanza, escrito frente al “principio angustia” de Heidegger. En él aprendimos algo impensable en el existencialismo de los estados límite y es la unión del sueño diurno y el deseo de una vida mejor. Observa Bloch: “Ahora bien: es que los hombres no solo sueñan durante la noche ni mucho menos. También el día tiene bordes crepusculares, también en él se satisfacen deseos […] Los sueños diurnos proceden todos de la falta de algo, quieren remediarla, son todos siempre sueños de una vida mejor”. Dice Juan Antonio Madrid, “la privación del sueño puede ser más mortal que la falta de alimento” (116) Y reflexiona Bloch: “No hay hombre que viva sin soñar despierto”.

Vamos al análisis más detallado del libro




lunes, 20 de octubre de 2025

Truffaut.

 






Algo se podía sospechar tras la mirada triste del niño en el furgón penitenciario. Ahora, después de ver  esta película, voy a la estantería donde tengo todas las películas de Truffaut, sin saber la amargura que se encondía en ellas, unas obras maestras, a pesar de o por esa "inestabilidad emocional" con la que le diagnosticaron en el ejército. 

domingo, 19 de octubre de 2025

Juan Antonio Madrid. El sueño del sapiens. Dormir nos hizo humanos (1)

 




La polisemia de la palabra “sueño” hace que se dispare la imaginación al leerla. Los enfoques biológicos y culturales se van solapando, teniendo como epicentro las propias experiencias o lecturas de cada cual. También la contraposición entre sueño y vigilia se hace más borrosa cuando se pronuncia en plural y los “sueños” diurnos son el contrapunto de la función reparadora nocturna. Por decirlo de otra manera: cada vez que se anuncia el tema resulta interesante porque interesa a cada cual de una u otra forma. Hasta el punto de que puede constituir todo un programa de vida. Pocas veces ha quedado mejor resumido que en esta frase de Hölderlin en el Hyperion: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”. Quedando a voluntad reforzar lo último traduciendo el nachdenkt por “razona”. Con ello se vendría a expresar una de las oposiciones más extremas del Romanticismo con la Ilustración, la época del sueño con la época de la razón. En el poso de las lecturas está el seminal libro de Albert Beguin El alma romántica y el sueño. Pero no se trata solo de la consabida, tópica y falsa contraposición de esas épocas, sino que en el tecnorromanticismo actual los sueños de una vida mejor aparecen en el cine y la literatura mutados como deseo de una vida diferente, más interesante, sin idealismos de ninguna clase, para huir del aburrimiento distópico.

Hace poco ha salido publicado el libro de Juan Antonio Madrid El sueño del sapiens. Dormir nos hizo humanos. Un libro extraordinario por lo bien escrito que está, la solidez científica que lo soporta y la gran capacidad de comunicación que revela en el autor. Lo iremos comentando en las siguientes entradas.

 

lunes, 13 de octubre de 2025

sábado, 11 de octubre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (10)


 
Ese “cómo” es muy importante ya que “la política es, fundamentalmente, una discusión acerca de los procedimientos” (243). En realidad, esta palabra “procedimientos”, es el núcleo de la filosofía política. Se convierte en ejercicios de equilibrio que, por momentos, semejan a los de los equilibristas. Si la reflexión ha estado unida a la inteligencia Innerarity no la considera tanto una propiedad de individuos aislados “como de los sistemas sociales y culturales que estos han configurado” (174). Esta deliberación colectiva es ineludible porque, siguiendo la línea procedimental, “la democracia no es un sistema de satisfacción de necesidades sino un sistema de reflexión colectiva sobre esas necesidades” (260). La solución estaría en “establecer un marco de diálogo y negociación que permita la construcción equitativa de esa voluntad general” (271). Quizá en esta propuesta se nota el aliento habermasiano de la misma y también genera dudas respecto a su eficacia. Tiene un gran optimismo respecto a la capacidad de los seres humanos, comparados con las máquinas, para decidir “de manera increíblemente cierta” en medio de “situaciones de ambigüedad, confusión e incertidumbre” (291). Lo cierto es que la palabra “decidir” acaba primando sobre las de reflexión, diálogo y negociación, ante la necesidad de salir de esas situaciones. Corresponde al filósofo, teórico, reflexionar sobre la ambigüedad e incertidumbre, pero corresponde al político gestionarla y salir de ella mediante la decisión. La teoría puede ser ambigua pero la decisión tiene que ser binaria o híbrida respecto a las posibilidades.

Y en el terreno de la decisión el equilibrio entre individuo, sociedad y sus instituciones no siempre es deseable o factible. Señala, con razón, Innerarity que el individuo está “sobrecargado” de responsabilidad respecto al ejercicio de sus derechos, por el ejemplo el de privacidad, ya que no conoce el alcance, naturaleza y mecanismos (es el caso de las cookies) a los que debe otorgar o no su consentimiento. Incluso, llega a decir Innerarity, que ni siquiera a veces los creadores conocen los mecanismos de las máquinas que han creado. El individuo debe delegar, pero, ¿en quién? El autor señala que no debe dejarse (sería la tecnologización) la gestión de esa política a los técnicos sino a las instituciones que, idealmente, deberían convocar a los actores de diversa manera implicados para tomar una decisión propiciada por esa “conversación”. Y ahí surgen los imponderables que ha ido desgranando el autor a lo largo del libro: si se “humanizan” demasiado las tecnologías se corre el riesgo de perder los beneficios de una automatización progresiva que libera para otras tareas; del mismo modo, hay que ponderar el ejercicio de “control” que no aboque a una parálisis; la exigencia de “transparencia” tiene que tener unos límites marcados por la necesaria complejidad y derecho al legítimo provecho frente a la competencia…La reflexión sobre los conceptos lleva a una constante matización sobre los mismos que, quizá, puede entorpecer en ocasiones, más que favorecer, la decisión política.

Todo ello plantea las reservas iniciales del método seguido, respecto al tratamiento de esos conceptos (esencialismo) y su autocrítica desde la matización social y política. Por lo que no acaba sonando tan exasperado lo que el autor dice en algún momento: “dejemos a las máquinas que sean como son” (160). En ese sentido me parece cuestionable la afirmación de que la inteligencia artificial “solo avanzará de manera contundente (y solo percibirá sus límites) en la medida en que consiga parecerse más a la inteligencia humana” (59). Quizá sería oportuno pensar en una inteligencia e imaginación artificiales (si se puede seguir hablando así) en progreso con la humana de la que forman parte, no fuera o con simulaciones. Quizá de esa manera estemos ante la posibilidad de lo que Innerarity denomina como un “humanismo de la incertidumbre” (118).

Para concluir las notas de lectura. Este libro, a mi juicio, es de lo mejor que se ha publicado en los últimos años en español, no solo sobre la inteligencia artificial sino sobre la sociedad de las nuevas tecnologías en general. Imprescindible.

 


 

 

viernes, 10 de octubre de 2025

martes, 7 de octubre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (9)


 La alusión que hacía en el post anterior a la frase de Benjamin no es exacta en el caso de Innerarity, ya que este no busca contraponer sino “compensar” la tecnologización y la politización; es decir, se trata del “equilibrio” como brújula al que aludíamos al comienzo de estas notas de lectura. Queda reducido, por mi parte, a una alusión que es una ilusión de la interpretación. ¿Habría cometido este “error” una inteligencia artificial? ¿No arrojaría el resultado de un “recuerda a” sino la predicción de un “es lo mismo”? Una de las partes más interesantes del libro es la relativa al carácter predictivo de la inteligencia artificial (que el autor pone en cuestión de cara al presente y el futuro) estableciendo relaciones de causa y efecto que no tienen en cuenta el carácter impredecible del ser humano. Son los riesgos de la tecnologización de la política. El resultado de esa “objetividad” predictiva de los datos sería según el autor equivalente a la subjetividad de la ilusión visual a la que induce la portada del libro:

“La portada de este libro muestra un ejemplo de error visual que nuestra percepción puede cometer al dejarse engañar por una apariencia. En este caso, el hecho de que la barra donde se apoya una gaviota esté doblada nos inclina a pensar que el peso de esa gaviota es la causa de que la barra esté doblada y no que la gaviota se haya apoyado casualmente donde la barra estaba rota” (114).


Lo cierto es que la imagen no engaña visualmente porque la barra de encima y sobre la que no se posa la gaviota también está doblada por lo que no se produce espontáneamente la mencionada asociación de causalidad en la segunda sobre la que se apoya. Aunque, de darse el error visual, en este como en otros casos, el “pensar” lo corrige, no lo corrobora. Es decir, que los datos no engañan y todo depende de lo que se quiera hacer (predecir) con ellos al fabricar el algoritmo para introducirlos, tratarlos y evaluarlos y decidir, con ellos, no ellos solos.

Aunque cita a Foucault como referente, la postura de Innerarity parece, en realidad, ser el reverso de aquel famoso artículo de Bill Joy publicado en 2000 en la mítica revista Wired: “¿Por qué el futuro no nos necesita?”. Si el siglo XX comenzó con la creencia de que la vida es futurición y el futuro está en nuestras manos, a su final predominaba un distopismo (tanto en la teoría crítica como el ciberpunk) cuyo origen era el determinismo tecnológico. Innerarity “compensa” esa tecnologización creciente con la reflexión sobre los límites de la “razón predictiva” para gestionar un futuro caracterizado por ser imprevisible desde los meros datos del pasado. Y es precisamente por la gestión de las incertidumbres como entiende Innerarity la política. Contando para ello con las tecnologías como complemento. Ya solventó el problema de la creatividad de estas concluyendo que facilitan la creatividad humana sin reemplazarla.

Recientemente Jean-Christophe Deslarzes y Denis Machuel, responsables de Adecco, han puntualizado muy bien que “No seremos sustituidos por la IA, sino por quienes sepan trabajar con ella”. Con ello no solo apunta a la consabida “brecha digital” sino a su raíz, la económica, que acaba incidiendo en aquella. Y eso es mucho más peligroso que todos los imaginarios distópicos de la rebelión de la IA juntos. Desde luego, Innerarity ni apunta ni se apunta a esa rebelión, pero sí a necesidad ineludible de gestionar en democracia ese futuro que es en lo que consiste la política. Porque de ello depende la supervivencia de la democracia misma.

El cómo será el contenido del último post.

domingo, 5 de octubre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (8)




“Mientras las máquinas imitan a los creadores, estos pueden desafiar las fronteras de lo inimitable” (69). El problema es que, al poner como sujeto a las máquinas, Innerarity está (por utilizar sus mismas palabras) “externalizando” el sujeto de las tecnologías. Lo inimitable sería la “creatividad” y todo lo que conlleva. Innerarity concede una “forma débil de creatividad” a las máquinas en cuanto reconocimiento de patrones basado en experiencias del pasado. Pero incapaces de, obedeciendo reglas, cambiarlas. Y esta sería una de las cualidades de la creatividad humana. Como muy bien explica, el análisis de las preferencias humanas, basada en las experiencias del pasado, lo único que hace es complacer a los usuarios del presente, reafirmándolos en sus gustos y sin innovar nada, quedando “atrapados” del pasado. Más aún, reproducen los condicionantes de clase social que produjeron esos datos o imágenes en el pasado. Ya no solo informan, sino que conforman, observa acertadamente el autor. Pero…no son las máquinas quien los hacen.

Si somos fieles al propósito de no externalizar el sujeto de las tecnologías, entonces, no se puede hablar en rigor y en ningún caso (ni fuerte ni débil) de creatividad de las máquinas sino de creatividad con las máquinas. Y esto dentro de unos límites que se asignan a las máquinas pero que son constitutivas de lo humano. Innerarity señala el proceder binario de los algoritmos, pero a ello le corresponde el proceder dualista de las interpretaciones que subyace a esos términos de creatividad, originalidad y autoría con las que se quiere calificar los resultados. Hay un evidente paralelismo entre la interpretación humana de textos e imágenes y la “interpretación” que hace el algoritmo en los programas de imaginación artificial una vez que se introduce el texto: es “interpretado icónicamente por la máquina. Al igual que con los textos, la máquina con el algoritmo suministrado por el humano trabaja sobre interpretaciones de interpretaciones, es decir, mezcla. Y es que la creatividad, y esto se pone de manifiesto tanto en los romanticismos como las vanguardias, consiste en mezclas, más o menos sofisticadas calificadas como novedad u originales. Solo desde la dimensión trascendente secularizada de estos conceptos se puede dar una definición esencialista que luego, como hace el autor, hay que ir matizando en su uso político y social para intentar llegar a un equilibrio. Pero, entonces, ¿qué necesidad había de plantear así las cosas?

Creo que conceptos como creatividad, originalidad, autoría, siguen manteniendo el componente secularizado de la tradición. Van asociados a dualismos como los de sujeto y objeto, verdad y falsedad. En el libro se propone una revisión de estos, pero, debido a ese componente esencialista de la pregunta, la descripción correctora se resiente de la carga de neo idealismo, de modo que la propuesta de revisión debería ir más lejos: hay que sustituirlos. Ciertamente revisiones como la de este libro, que señalan la dirección adecuada, lo posibilitarán en un futuro. Hoy tenemos que quedarnos en esos entretiempos y entreespacios. Con razón señala Innerarity que se han convertido hoy en conceptos puramente económicos y jurídicos, especialmente el de autoría.

Lo que lleva al último punto de este análisis. Lo abro con este texto de Innerarity, quizá un guiño hermenéutico, y que enseguida traerá a los lectores resonancias de otro no menos famoso (y desafortunado) sobre la estetización de la política y la politización del arte: “La creciente tecnologización de los asuntos políticos debe de estar compensada con la correspondiente politización de los procedimientos tecnológicos” (282).



viernes, 3 de octubre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (7)



La tradición del esencialismo en la forma de preguntar es, paradójicamente, paralela a la actividad que se describe de la llamada inteligencia “artificial”: la abstracción. La duda al leer los atinados análisis de Innerarity, y después de la salvedad que hizo al comienzo sobre su pertinencia, es por qué mantenemos esa denominación de “inteligencia artificial” cuando sabemos que es inadecuada, que lo(único) que hay es, como bien puntualiza el autor, una inteligencia humana “corporal”; que lo otro es una metáfora, licencia literaria para construir un imaginario, pero no para favorecer una reflexión; que tampoco tendría sentido, pues, desarrollar una crítica a la “razón incorpórea” ya que no existe (a menos que se siga la doctrina cartesiana criticada antes) y que ahora se la asimile a la “razón algorítmica”.

El empleo de las metáforas (de ese fundir imaginario que confunde a la reflexión) viene dado en la tradición por la necesidad de abordar lo nuevo y desconocido. Es cierto, pero también por la evidencia de que si los conceptos no pasan a imaginarios no producen los cambios sociopolíticos buscados. Y la sociedad está llena de esos imaginarios tecnológicos. Al cómo se piensa la inteligencia artificial debería acompañar el cómo se la imagina: robots, replicantes, cerebros iluminados, cascada de códigos… Hay, pues, una narrativa visual paralela y mezclada con la conceptual y no solo eso, sino que es justamente ese imaginario el que acaba influyendo sobre el pensamiento al referirse a ella como algo extraordinario, como eran los imaginarios de las tecnologías el siglo pasado, a pesar de formar parte de nuestras vidas, como ocurre hoy con las diversas aplicaciones cotidianas de la inteligencia artificial. El problema de sensibilizar los conceptos es que fácilmente se pasa a su estetización en las metáforas. Los imaginarios deben ser tenidos en cuenta por su función sociológica pero no podemos quedar presos de ellos.

Pero si seguimos con la denominación de “inteligencia artificial” entonces se apunta que lo es por “simulación” con la humana, al menos en alguna de las aplicaciones de sus redes neuronales. No le cuesta mucho a Innerarity establecer la diferencia entre ambas. Lo hará en diferentes momentos del libro, especialmente en lo que respecta a una de las notas distintivas de la humana: la creatividad. Esta es la palabra clave donde se funde el pensamiento con los imaginarios, la estética con la reflexión, la inteligencia artificial con el arte. Sin embargo, Innerarity va a establecer la transgresión e impredecibilidad como uno de los distintivos de la creación artística humana frente a la reproducción y el reconocimiento en el caso de la máquina. Y eso va a tener su prolongación cuando aborde el tema de los datos y la predicción.

Al vincular la inteligencia al “mundo de la vida” con ello Innerarity puede establecer la diferencia entre la humana y la artificial, no solo en que la primera es corporal, sino que como consecuencia es el cuerpo lo que nos sitúa en un contexto de mundo, otros seres humanos y la cultura. Es el factor contextual. Todo ello permite ser “creativos” en un contexto complejo y un mundo cambiante. La palabra creatividad va a ser examinada a continuación por el autor con referencia al arte, como actividad por antonomasia, pero lo cierto es que recorre todo el libro estableciendo una diferencia última. A diferencia de las máquinas, subraya Innerarity, los seres humanos están capacitados para resolver “problemas salvajes” (49), es decir, mal definidos, sin reglas claras y estructuras ambiguas, de enfrentarse a la “novedad”, de algo que no está categorizado en el pasado e imposible de identificar por la máquina o que no puede ser interpretado en sentido literal (chistes, metáforas, ironía…).

Con todo ello, ¿tiene sentido seguir manteniendo conceptos como los de creatividad, originalidad y autoría?



miércoles, 1 de octubre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (6)


 En el caso de Innerarity, y a pesar de los momentos de esencialismo, hay que destacar la necesaria corrección sociológica y política que hace, situándose en el auténtico “mundo de la vida” que pretendía como alternativa a ese cartesianismo, y no en las diversas “ontologías” a las que se refiere ocasionalmente como es el caso de la “ontología de los datos”. Diríase que, como el barón de Münchhausen, Innerarity sale de esos pozos de “ontología” tirando del abundante cabello sociológico y político (no el físico) que crece sin parar en el diálogo constante que mantiene en la abundante bibliografía. Pero ese esencialismo deja sus rastros, como veremos.

Ya que se trata de una reflexión “filosófica” el esencialismo subyace a esa concepción de la filosofía que, aparentemente, es todo lo contrario a lo que se espera de ella, que no consiste en dar respuestas sino hacer preguntas. De ahí las preguntas de Innerarity: ¿Qué es la inteligencia? y ¿Qué es el arte?, ambas unidas por el autor. Siguiendo en este caso una línea crítica kantiana cabría decir que hay preguntas que no tienen respuesta porque no deben hacerse o están mal planteadas. Kant afirmaba que deberían evitarse los planteamientos trascendentes, aunque, a su juicio, fueran inevitables por nuestra condición humana. En la actual sociedad no debería ser ya así, aunque lo sigue siendo. En una sociedad compleja adoptaría la forma del “qué es” la inteligencia o el arte sino “a qué llamamos” inteligencia o arte sustituyendo la definición por la descripción. Son tan plurales y diferentes las artes y equívoco el concepto de inteligencia que es preciso explicar en cada caso de qué se está hablando. Al mezclar Innerarity ambos aspectos, la definición y la descripción, apunta bien la dirección y no debería mirarse al dedo esencialista que lo hace. Aunque traiga consecuencias. Ese retroceso al esencialismo se revela ineficaz cuando cree que se debe preguntar qué es la inteligencia y “cuál es la verdadera naturaleza del arte” (62), intentando definirlos, para concluir al final que “El concepto de arte es un concepto crónicamente borroso” (71).

Este ensayo de Innerarity ha ganado con todo merecimiento el premio Eugenio Trías. Me permito sugerir que se aplique en esta ocasión el concepto de “limite” de Eugenio a los de inteligencia y arte. Es lo contrario a la definición clásica. Límite, según esto, no es delimitación, cerco, final, sino punto de partida, posibilidad. De modo que se puede plantear un “humanismo tecnológico” como “humanismo del límite”. Al concluir que se trata de conceptos “borrosos”, “ambiguos”, es decir, llenos de posibilidades, aunque no ilimitadas, tal como se manejan en las sociedades actuales, Innerarity ha tendido puentes entre las dualidades y tratado de encontrar un equilibrio, que es otro de los sentidos del límite. Pero el cómo concluye la reflexión sobre el arte lleva a cuestionar la conveniencia de partir con ese tipo de preguntas:

La inteligencia artificial no parece saber lo que es el arte, aunque en esto tampoco se diferencia mucho de nosotros, que discutimos este concepto como si no hubiéramos encontrado una definición satisfactoria e incontrovertible. El concepto de arte es un concepto crónicamente borroso. En buena medida, para los humanos el arte es, también, un cuestionamiento de las fronteras de lo artístico. Lo que nos diferencia de las máquinas no es tanto el desconocimiento que compartimos con ellas acerca de la naturaleza del arte sino el hecho de que nos planteemos, una y otra vez, esa pregunta que a ellas no parece inquietarles demasiado” (71).

Y a nosotros tampoco debería.

La meditación sobre la inteligencia artificial se trenza en el libro con los conceptos de creatividad, originalidad y autoría. ¿Tiene sentido seguir manteniéndolos?

sábado, 27 de septiembre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia emocional (5)

 

El otro punto es la referencia de Innerarity (creo que inadecuada) a Heidegger como alternativa. El tema de la técnica ha pasado en Heidegger por diferentes fases: una primera de aceptación como posibilidad de un nihilismo activo (influjo de Jünger), otra de denegación (memorables son sus observaciones sobre la llegada del hombre a la Luna) y finalmente de mitificación en la vuelta a los “inicios”. La técnica, heredera y culminación de la metafísica de la modernidad, es para Heidegger el olvido del Ser, de la diferencia ontológica. Por el contrario, la téchne, de raíz griega, sería la producción de lo verdadero en lo bello a través de la obra de arte, que es por esencia y excelencia la poesía. Y si hace falta visualizarlo basta con acudir a la imagen concreta y sobrecogedora del humilde y solitario templo griego en que está pensando Heidegger en su El origen de la obra de arte, es decir, la obra de arte del origen.

Innerarity confunde el planteamiento filosófico de Heidegger como un retorno al mundo de la vida, cuando es todo lo contrario, no es lo mismo ser en el mundo (ontológico) que estar en el mundo (óntico). Lo primero es lo que le interesa a Heidegger, lo segundo a Ortega, por ello son planteamientos completamente diferentes. Y el segundo sería, en realidad, más afín a lo que pretende Innerarity. Dada la postura de Heidegger intentos como el que cita Innerarity de Dreyfus resultan difícilmente asumibles y parafraseando a Habermas sobre Gadamer, cabría decir que Dreyfus ha intentado “urbanizar la provincia heideggeriana” hablando de una “inteligencia artificial heideggeriana”, lo que es más que un oxímoron, un despropósito. Por el contrario, tiene toda la razón cuando menciona a Merleau Ponty cuando le hace precursor de una “inteligencia corporal” que es la feliz expresión que acuña Innerarity y con la que estoy completamente de acuerdo .Y, ya que citó a Schopenhauer como referencia metodológica, quizá no estaría de más recordar que fue este uno de los primeros de recuperar el tema del cuerpo para la filosofía. En cuanto a posturas contemporáneas cabe señalar que, tanto el tecnofeminismo americano como autoras creadoras de nuevas tecnologías (es el caso de Char Davies), llevaron ya a cabo una revisión del cartesianismo con los métodos de la inmersión virtual corporal. Es fácil comprobarlo en sus obras de Ósmosis y Efímero. Sin querer entrar en más especificaciones (ya lo hice en Humanismo y nuevas tecnologías) el tópico del cartesianismo dominante se abandonó ya en el último cuarto del siglo XX.

Si me he extendido en esa referencia a Heidegger no es, lo añado una vez más, por cuestiones de hermenéutica sino por algo más profundo: advertir de lo innecesario de elaborar una teoría sobre las nuevas tecnologías acudiendo a unas filosofías que eran en principio ajenas a ellas cuando hostiles. Tampoco hay, es cierto, mucha referencia a filósofos clásicos en el libro. Lo valioso de este es que suelta ese lastre y de ahí su posición de equilibro entre los extremos, ese entre que oscila entre la afirmación y la negación de algo dando como resultado el matiz. Por eso, y a diferencia de otros libros, hemos señalado en anterior post otra referencia de Innerarity a Heidegger en la que apunta que su planteamiento de las tecnologías, al igual que el de Habermas, es “insuficiente”. Entonces, nuevamente la pregunta, ¿para qué esas citas? Citar para desdecirse. Es la asimetría de la tradición filosófica con las nuevas tecnologías que se traduce en la de la teoría y el lenguaje por medio del cualquier heredamos los genes culturales de aquella tradición, lo queramos o no. Al menos en este libro hay la valentía de hacerlo, lo que, ciertamente, contribuye a ese empeño de reflexión.

¿Qué hacemos con la herencia del esencialismo?


miércoles, 24 de septiembre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (4)

 


Si a lo largo del libro vemos un ejercicio claro y lleno de resultados ese es el de la reflexión. Pero también, abundando en las reservas del anterior post, queda claro que la reflexión (mejor quizá llamarla pensamiento) no es patrimonio de la filosofía. Más aún, que las referencias filosóficas de la tradición pueden ser problemáticas e incluso un lastre de cara a los propios intereses de la investigación sobre las nuevas tecnologías. Ya sea por lo inadecuado de la cita como porque esta va en sentido precisamente contrario al pretendido al hacerla. No con ánimo de entrar en una guerra hermenéutica sino para clarificar el procedimiento y despejar el camino de la reflexión sociológica y política del autor (con la que estoy completamente de acuerdo) quizá sea oportuno realizar algunas precisiones.

Me parece muy afortunada la cita que hace de Schopenhauer: “La tarea no consiste tanto en ver lo que aún no ha visto nadie, como en pensar lo que aún no se ha pensado sobre lo que todo el mundo ve” (183). Se ha dicho que de puramente habituales las tecnologías se han vuelto hoy invisibles y que nuestra relación con ellas es inconsciente. Pero lo cierto es que son más visibles que nunca y no hace falta tanto visibilizarlas como pensarlas, y es esa falta de reflexión la que Innerarity recuerda. Frente a la filosofía tradicional que aspiraba a hacer visible lo invisible ahora el reto es hacer visible lo visible mediante la reflexión. El autor, como filósofo, declara que “de entrada, no damos por supuesto que la inteligencia artificial es inteligente ni artificial” (23). Comienza esa tarea mediante una revisión de los supuestos que se oponen a esa tarea reflexiva, unos de carácter histórico y otros de tipo conceptual, pero ambos relacionados. Hay uno general, y sorprendente, relativo a la modernidad. El otro atañe al concepto de “inteligencia”.

Innerarity afirma que la concepción dominante sobre la inteligencia artificial es la de la modernidad cartesiana, descorporeizada, de sujeto aislado, “desinteresado, descomprometido y distanciado de su mundo” (43, 58)) poniendo como alternativa a Heidegger y Wittgenstein. Respecto a lo primero, hay que precisar que el tópico de la racionalidad cartesiana de las tecnologías tuvo su momento en el siglo XX, pero fue rápidamente abandonado. Por tres razones: la constatación de la relación emocional y afectiva con las tecnologías; la recuperación del papel del cuerpo en las tecnologías hápticas más allá del dualismo y la minusvaloración cartesiana; el error metodológico de los frankfurtianos en su Dialéctica de la ilustración de pasar de la modernidad a la época contemporánea, saltándose el Romanticismo, toda vez que los imaginarios en torno a las nuevas tecnologías han sido y siguen siendo tecnorrománticos. Su papel es decisivo a la hora de encarar una política de las nuevas tecnologías en las sociedades democráticas.

Hay en el libro de Innerarity una lectura de tradición idealista de la modernidad como época de la razón. Si, como muy bien afirma, vivimos en una contemporaneidad compleja su matriz no puede ser una modernidad simple sino también compleja. Al simplificarla lo hace también su planteamiento: “Una crítica de la razón algorítmica debería ser una crítica de la razón incorpórea” (58). Lo que no es sinónimo de una crítica de la modernidad sino de una versión suya. Está Hobbes, que cita, para quien razonar es calcular, pero también Hume, que no cita. Véase como caracteriza este a la percepción, como un fenómeno enteramente corporal: “Odiar, amar, pensar, tocar, ver, no son, en conjunto, más que percibir” (Hume. Tratado de la naturaleza humana). Toda la ilustración sentimental, autores como Hamann, Herder y Jacobi, en sus Metacríticas a Kant reclaman el papel del cuerpo, la imaginación, el mundo de la vida, partir en el pensamiento de la unidad de sujeto y objeto antes del análisis divisorio irremediable luego et., Y la cita de Kant en favor de un inconsciente tecnológico cotidiano está mal traída. Cita Innerarity: “A este respecto, Kant formuló de una manera abstracta una experiencia que es concreta y cotidiana: el yo no puede acompañar todas mis representaciones (1927, B 132-5)”) (184). Por el contrario, Kant declara taxativamente a comienzo de B132: “El Yo pienso tiene que poder acompañar todas mis representaciones. De lo contrario, sería representado en mí algo que no podría ser pensado, lo que equivale a decir que la representación, o bien sería imposible o, al menos, no sería nada para mí”. En 190 matiza Innerarity: “por decirlo en una terminología kantiana, el yo acompaña a nuestras representaciones de un modo tácito, nada más”.

Respecto a la alternativa de Heidegger…

lunes, 22 de septiembre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (3)

 


Con toda razón apunta Innerarity a la raíz de ese planteamiento ético, al “enfoque externalista” de la tecnología que “impacta” en la sociedad y, por eso, debe ser “controlada” (138). En esas tres palabras resume perfectamente buena parte de los errores asociados al enfoque de las tecnologías heredados del siglo XX. Primero el “externalismo”, que las tecnologías son algo exterior a nosotros, ya sea considerándolas como meras herramientas o como entidades complejas emancipadas, que amenazan a sus creadores. Los imaginarios de rebelión, sustitución o destrucción están gravitando en la metáfora del “impacto” tan popularizada que todavía se sigue utilizando. Esta mentalidad de amenaza se traduce, o bien en el rechazo de ellas o, más matizado en la necesidad de “controlarlas”, desde los orígenes de la palabra “cibernética” (pilotar las tecnologías) a la exigencia ética de “controlarlas” mediante una apelación a un humanismo difuso.

Innerarity se opone al dualismo que subyace a ese planteamiento de la externalización de las tecnologías e insiste en la necesidad de precisar y reforzar el “vínculo”, la “articulación”, con ellas. Este es el elemento “positivo” de la teoría crítica de Innerarity y que le alejaría de la negatividad de los frankfurtianos. Pues, “el problema es la falta de reflexividad a la hora de articular tecnología y sociedad” (141). Reflexión y propuestas de articulación son dos elementos clave en el libro. De la naturaleza ambivalente de la primera dependen las propuestas equilibradas de la segunda. Y digo “ambivalente” porque, siguiendo la propuesta adorniana de con el concepto contra el concepto, una de las singularidades más valiosas del libro es la constante matización de los conceptos, no solo de los ajenos sino también una cierta autocrítica respecto a los empleados por el autor. Ya hemos visto su observación de que estaban “sobrevalorados” los de reflexión y control, el primero decisivo en su planteamiento.

Ya las mismas palabras “vínculo” y “articulación” denotan el trasfondo de un dualismo hombre (sociedad) y tecnologías que no existe en la realidad si se acepta que somos seres tecnológicos, más allá de si tenemos a las tecnologías o ellas nos tienen.  Este problema conceptual heredado de los planteamientos dualistas de la tradición del pensamiento occidental ha sido abordado especialmente desde comienzos del siglo XX sin que haya sido posible resolverlo a pesar de los varios intentos de “superación” del idealismo. El problema del pensamiento está en el lenguaje: no hablamos el lenguaje de las tecnologías por lo que el intento de un pensamiento desde ellas acaba siendo sobre ellas, objetivándolas, externalizándolas. El pensamiento queda preso en la prisión del lenguaje.

Es difícil abordar con un lenguaje filosófico pretecnológico o, en el mejor de los casos analógico, los procesos digitales que están teniendo lugar a gran velocidad en la sociedad de las nuevas tecnologías, como es la inteligencia artificial. Esto se percibe también en el libro en ciertos rastros de planteamientos esencialistas, algunos de los cuales mencionaré más adelante. De todas formas, y más allá de los reparos que se puedan hacer a ciertas formulaciones deudoras del lenguaje tradicional, casi inevitables, Innerarity ha detectado perfectamente el problema y señalado la dirección adecuada cuando apunta que es imposible el planteamiento dualista ya que humanos y máquinas “se relacionan a través de una frontera borrosa” (132). Y, más adelante, la palabra “ambigüedad” tendrá una importancia decisiva a la hora de concretar esas relaciones. No la necesidad de una síntesis dialéctica sino la gestión de esa ambigüedad es lo que guiará los diferentes análisis y propuestas de vínculo y articulación.

Pero, avancemos, vayamos ahora al núcleo de lo que entiende por reflexión….

 

 

 

 


domingo, 21 de septiembre de 2025

Deshumanización del arte. Exposición y Revista de Occidente.





Excelente exposición sobre La deshumanización del arte de Ortega comisariada por Azucena López Cobo en la Fundación Ortega Marañón
y próximo número de Revista de Occidente coordinado por 
Domingo Hernández Sánchez




jueves, 18 de septiembre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (2)


 

Esas tres palabras citadas empiezan ya a ser reconocibles en el análisis que Innerarity hace de la situación en la que se encuentran hoy las posturas respecto a la inteligencia artificial. Se pregunta muy atinadamente: “¿Es posible tener una relación menos histérica con el mundo digital?” (28). A lo largo del libro advierte que va a plantear ciertas cuestiones de “una manera provocadora”. Desde luego en lo que se refiere a esta el diagnóstico es muy ajustado. Es raro encontrar libros o intervenciones en los medios sociales en los que, hechas las oportunas salvedades, no acaben situándose en uno u otro extremo. Hay que tenerlos en cuenta, pero no habría que confundir los imaginarios utópicos o distópicos con la reflexión en torno al tema, que es lo que reclama Innerarity. Son extremos, pero el dicho común de que los extremos se tocan no solo se cumple, sino que se invierten los papeles y los que antes eran entusiastas de las nuevas tecnologías se han convertido ahora en Casandras que profetizan los desastres a los que nos aboca el progreso. El autor lo resume así: “En poco tiempo hemos pasado del ciberentusiasmo a la tecnopreocupación” (299). La palabra “equilibrio” que él propugna cumple aquí su función moderadora. Pero no hay que confundirla con otras.

Estando él fuera de toda sospecha en este punto por su trayectoria resultan de mucho interés las puntualizaciones que hace a la recomendación habitual del enfoque ético de la inteligencia artificial. Suele consistir en la propuesta de “humanizar” las tecnologías mediante el aumento de control y supervisión de estas para corregir los riesgos de la automatización. Innerarity ve ahí, al menos, dos problemas. El primero, que ello podría privarnos de los beneficios de la automatización en los dispositivos que manejamos habitualmente, que forman parte de nuestra vida cotidiana, y cuya utilidad consiste en su manejo inconsciente. El segundo problema es el que está en la raíz de esa demanda ética generalizada. Innerarity lo aborda de forma decididamente “provocadora”: “Si se me permite una ligera exageración, quienes se ocupan de cuestiones éticas no suelen estar demasiado preocupados de que su diagnóstico describa adecuadamente la realidad o de que sus recomendaciones sean practicables y eficaces” (152). Y para que no haya dudas de a qué se está refiriendo cita expresamente varias recomendaciones del borrador Directrices éticas sobre inteligencia artificial de la Comisión europea. Para concluir con algo que parece ser paradójico con los propósitos del autor: “Mi propuesta es considerar que el pensamiento consciente, la reflexión, la decisión y el control están sobrevalorados, especialmente en entornos tecnológicos complejos. La nostalgia de la simplicidad y el control nos lleva a creer que la conciencia y el control nos haría más dueños de la situación en estos nuevos entornos en los que hay que negociar equilibrios inestables con máquinas poco dóciles, renunciar a controles estrictos y enfrentarse a escenarios de mayor incertidumbre” (153).

Hay, pues, una contraposición entre la nostalgia de la simplicidad que subyace a esas recomendaciones éticas y la constatación de la complejidad de las sociedades tecnológicas irreductible a esa simplificación. Y es, precisamente, esa asimetría lo que las hace difíciles de llevar a la práctica. Innerarity lo ha intentado evitar desde el comienzo del libro en el epígrafe titulado “El complemento ético “: “No podemos esperar la solución al problema de la articulación entre la inteligencia artificial y la democracia a partir de la actual proliferación de códigos éticos porque… [Antes que normativo, el desafío al que nos enfrentamos es conceptual]” (21). Y con ello se llega al punto clave de divergencia entre esta teoría crítica y la “exhortación moralizante”: “debe comprender y respetar la complejidad de lo que se critica” (24). Todo un programa.

Se inicia con ello una navegación apasionante y original en el libro, una auténtica guía para complejos y perplejos. Lo iremos viendo.

 

 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Innerarity. Una teoría crítica de la inteligencia artificial (1)

 


El título intriga y el contenido sorprende.

En principio resulta extraño, teniendo en cuenta el pasado y los intereses de la Teoría Crítica tradicional, asociarla a una investigación sobre la inteligencia artificial que vaya más allá de la negación de lo existente. Pero también es cierto que Adorno en Dialéctica negativa afirma, desde la “autorreflexión” de esta, que un pensamiento no es verdadero si no va contra sí mismo. Una confesión sobre la honestidad del procedimiento que, sin embargo, provocó dudas sobre la posible parálisis a la que conducía el método, es el caso de la crítica de Habermas. En la entradilla del libro se pregunta Innerarity: “En el que fue el despacho de Adorno he pensado muchas veces qué teoría crítica habría escrito él de haber conocido el actual despliegue de la inteligencia artificial”. Y, efectivamente, en estilo adorniano, se puede leer el título de la Introducción “Crítica de la razón algorítmica”. Pero, detalle significativo, el libro está dedicado a Habermas. La bibliografía del libro es apabullante, pero la mención explícita a estos dos filósofos debería bastar como marco de la investigación. Debería. Pero lo cierto es que se sale del marco.

En varios sentidos. Hay un aire adorniano en el punto de partida, la negatividad de lo existente. Innerarity ha recordado en sus intervenciones, y se percibe en este libro, la paradoja del individuo escindido entre lo que le conviene como filósofo y lo que prefería como ciudadano. La filosofía solo es necesaria cuando las cosas van mal y, a la vista de la realidad en las diferentes épocas, parece que no le va a faltar nunca trabajo. El mismo Adorno recordaba que el destino último deseable de la Teoría Crítica sería desaparecer…porque ya no habría nada que criticar. El problema es que en sus análisis la sociedad era ontológicamente enferma y, por ello, lo estaba también sociológicamente. Ese pesimismo metafísico teórico, que compartía Horkheimer, le ataba las manos a pesar de su pretendido optimismo práctico.

En el caso de Innerarity hay una modulación interesante ya que, en lugar de elevar esa negatividad a nivel metafísico, la reconduce a su dimensión social. Y es entonces cuando la expresión “teoría crítica” adquiere su sentido originario de análisis, reflexión, de permitir formar criterio, saber distinguir en la complejidad, para poder argumentar, deliberar y tomar decisiones, en las que no solo entra el individuo sino también las instituciones. Por el contrario, advierte Innerarity, enfoques como el tecnodeterminismo de Adorno (128 formato epub), compartido por Heidegger y Habermas, “son claramente insuficientes para hacerse cargo de la complejidad de nuestra interacción con el entorno digital” (132). Cabe destacar y dejar solo apuntado el comentario que hace a la portada de su libro en el que la distinción entre apariencia y realidad tiene una deriva platónica (115).

Con todo ello, el trasfondo de esos autores, en especial de Habermas, es innegable en las tres palabras en las que me ha parecido se puede resumir la propuesta de una teoría crítica de la inteligencia artificial según Innerarity: Reflexión, Conversación y Equilibrio.

Lo iremos viendo en las próximas entradas del blog.

 


lunes, 8 de septiembre de 2025

jueves, 21 de agosto de 2025

La imaginación artificial


 Ya desde el siglo pasado se pudo comprobar que la relación del ser humano con las nuevas tecnologías no era lo racional que se suponía sino lo emocional que se obviaba. Eso trae consecuencias. Tienen toda la razón los autores de este libro en que las relaciones que el sujeto mantiene con la tecnología son (siguen siendo) principalmente de carácter metafórico (71). Sin embargo, las fusiones metafóricas de términos llevan a confusiones conceptuales ya desde el título mismo:  la imagen en acción de un algoritmo no es sinónimo de la imaginación de un cuerpo. En otros términos: no hay una imaginación artificial como tampoco una inteligencia artificial de la que sería una “rama” aquella. Bien es cierto que, a pesar de la pulsión metafórica que linda a veces con lo kitsch, no pueden por menos de reconocer que “Internet se puede considerar, pues, un viento espiritual sin espíritu, de la misma manera que la IA es una inteligencia sin alma, sin conciencia y, por lo tanto, sin verdadera inteligencia” (173).

Hay en el libro un gran esfuerzo teórico erudito para tratar de entender los procesos de la llamada imaginación artificial. Se despliega en dos momentos expositivos:  la descripción del proceso técnico y sus resultados (escaso) y el intento de explicitar sus fundamentos teóricos (la mayor parte). Ambos momentos están desconectados hasta el punto de que parece que estamos, no solo ante dos autores distintos, sino dos libros diferentes. Efectivamente, uno de los libros podía comenzar en la página 263 con su título de “Síntesis de imagen” y el otro con la introducción que parafrasea el papel del estresado conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. La difícil amalgama de ambos procedimientos sume al lector en la perplejidad. Quizá un poco tarde se advierte que “este no es un libro técnico” pues “de lo que se trata básicamente es de recubrir la osamenta descarnada de la técnica con una capa de carnosidad reflexiva” (245). Quien se pregunte por la naturaleza de esa “carnosidad” tiene una respuesta que se repite a lo largo del libro: “Digámoslo ya de una vez, la única forma que tenemos para desviarnos es recurrir a la metafísica, esa región filosófica que la cultura tecnocientífica practicista, cuantitativa y obsesa con la exactitud y el control quiso anular para siempre” (198). Sorprende, no obstante, que conciban la “nueva ontología” articulada en torno a la “realidad virtual”, metáfora en desuso hace tiempo.

 De modo que el libro es muy interesante cuando se describen los diferentes modelos y procesos técnicos de la imaginación artificial. Se pierde el interés cuando insisten en tratar de exponer sus fundamentos, la “carnosidad reflexiva” devenida obesidad mórbida, en divagaciones teóricas ajenas a ella, cuando no contrarias. Así la recurrencia a Deleuze y Guattari, Lacan, salpimentado con Heidegger y apelaciones y repeticiones innecesarias de la palabra “ontología”. No se ve la vinculación con los procesos técnicos, sino que funcionan como imaginarios filosóficos, tópicos, citas de adorno periféricas. Se mencionan todos los elementos “irracionales” de la imaginación, como sueños, deseos e inconscientes de variado signo (“inconsciente colectivo artificial”) en una táctica parecida a las “iluminaciones” en que todo ocurre mezclado en una aparente estructura. Pero si se pretende hablar de filosofía, de ontología y de metafísica, entonces resulta extraño que no se hable en rigor de ellas y no se mencione lo más importante de la imaginación que se puede encontrar en su historia: como la facultad de conocimiento mediadora entre entendimiento y sensibilidad. La gran facultad de la modernidad y del humanismo no idealista. Esta es la imaginación corporal de la filosofía y no una supuesta imaginación artificial, más bien un DJ, mezcla y remezcla, como índice de complejidad, que es la operada por el algoritmo. En este caso la imaginación artificial sale del campo de la reproducción y va al de la apropiación. Afortunada en este sentido la referencia a Agustín Fernández Mallo.

El objetivo declarado en el libro es promover un “poshumanismo ilustrado”. La ausencia de la "t" habitual indica que no abandona el humanismo sino que va en "pos" de él.  Ya no centrado en la IA (Inteligencia artificial) sino en la ImA (Imaginación artificial), no en la inteligencia sino en las imágenes. Se trata, según los autores, de combinar el “pensamiento técnico” con el “pensamiento estético” para producir un “humanismo potenciado” (322), “torciendo” el signo capitalista actual de las tecnologías. La referencia que hacen a Sanguinetti resulta orientativa en cuanto a las intenciones. Es “ilustrado” pero, matizan, la imagen que se genera no ilustra una idea, como es habitual, sino que el texto es ahora la ilustración de una imagen. Imágenes, que recalcan los autores, tienen el carácter de ser irrepetibles, efímeras, múltiples y originales, “únicas” precisamente por ser múltiples. 

Introduciendo el prompt "Imágenes de poshumanismo ilustrado" el programa Recraft arroja las siguientes imágenes:


Son imágenes nuevas, en el sentido de recién hechas, pero no diferentes a las que pueblan los imaginarios estéticos que vienen del siglo XX, todas con un denominador común: retrofuturo. Si en el prompt se incorpora la “t” (posthumanismo) entonces sale la estética Blade Runner y afines, más oscura, de “futuro negro”. El programa ha sintetizado algunas de los miles de imágenes que hay en la base de datos etiquetadas según las instrucciones dadas al introducirlas. El resultado en este caso es una estética clásica de retrofuturo que mezcla lo bello con lo sublime asistida por los nuevos espectadores, sin naufragios. Puro "Senhsucht" (anhelo, nostalgia) tecnorromántico. No hay un más allá. Es la imagen "más acá de la imagen". 

lunes, 18 de agosto de 2025

jueves, 14 de agosto de 2025

Sanguinetti. Tecnohumanismo.

 



“A esta altura debería quedar claro que con «educación estética» de la inteligencia artificial no me refiero a enseñarle a pintar retratos o escribir haikus. Me refiero a entrenarla para leer el único lenguaje en el que podemos explicarle quiénes somos y qué queremos. Y esta tarea se volverá más urgente a medida que las máquinas sigan avanzando en el dominio de tareas humanas.

Hay algo paradójico en la idea de que la estética sea la vía por la que podemos transmitir formalmente a una máquina todo lo vivo, complejo, contradictorio, múltiple que encierra el ser humano: ha tenido que ser la tecnología la que nos demuestre que la belleza no resulta un lujo accesorio, sino el código de lo que somos, el lenguaje con el que está escrita nuestra identidad”.

Schiller postuló una “educación estética” del hombre y ahora Sanguinetti nos propone una “educación estética” de la inteligencia artificial en el género humano. Los dos coinciden en el medio: educar en la belleza. Quizá también en la convicción de Schiller de que a la libertad solo se llega a través de la belleza. Dado que una de las bases de mi humanismo tecnológico ha sido esa necesidad de la educación estética la lectura de este libro ha sido una grata sorpresa. Primero porque, como dice el autor, se ha escrito mucho sobre los aspectos éticos de la inteligencia artificial, no así de los estéticos. Lo que no obsta para que el autor proponga también una narrativa “ética” sobre la inteligencia artificial. Segundo, porque no se confunde (aunque estén relacionados) estética con arte y, tercero, porque hay una concepción de la belleza (se aprecia en el texto citado) alejada del esteticismo habitual cuando se reivindica. Una belleza que ya no es la “armonía forzada” criticada por Adorno sino el lenguaje de la contradicción, complejidad y pluralidad de la vida humana. La educación propuesta es todo un reto: utilizar el lenguaje de la belleza para hablar con el algoritmo y viceversa. Más aún: “Solo a través del arte entenderemos a la máquina y solo a través del arte la máquina nos entenderá a nosotros”. Esto último es más complicado y creo que no ayudan precisamente las apelaciones esencialistas del autor a la “téchne” en Heidegger o su nostalgia vintage del “aura” en Benjamin. Se avienen mal con la caracterización espléndida que hace en otro momento del arte (guardando paralelo con la de la belleza) como “mímesis de lo complejo”.

Pero, sobre todo, lo que me parece más notable de este libro excepcional, claro y muy bien escrito, es la insistencia en que hace falta lo que denomina “una nueva narrativa” respecto a la que se ha utilizado y se utiliza con la inteligencia artificial. Ya no se trata solo de los imaginarios ciberpunk del siglo pasado, las posturas poco matizadas a favor o en contra sino de la presentación “antropomórfica” de la inteligencia artificial.  Efectivamente, una “nueva narrativa” simplificaría mucho las discusiones sobre términos como “creatividad” y “original” que se dan hoy día en la (mal) llamada “estética artificial”. Yendo más lejos y, si como bien dice el autor, “pensamos con todo el cuerpo” creo que no tiene mucho sentido hablar de una inteligencia “artificial” y tampoco (me ocuparé de ello en el próximo post) de una imaginación “artificial”. Es contrario al humanismo tecnológico, al menos tal como yo lo entiendo. El “relato”, dice el autor, acentúa unos aspectos de la realidad y silencia otros y lleva a un desplazamiento de la responsabilidad de los sujetos. Apunta muy bien que no se trata tanto de saber cómo funciona la IA sino “para qué queremos usarla”. En definitiva, concluye, que falta “un “relato diseñado” sobre el humanismo, lo que le lleva a preguntarse: ¿"Tenemos el humanismo que necesitamos?”. Estamos invitados a la respuesta.